El entenado, de Juan José Saer: el cautivo perdonado

Portada de El entenado, de Juan José Saer

Tras la lectura de esta extraordinaria novela de Juan José Saer me sorprendió saber que el relato de El entenado estaba basado en un suceso histórico ocurrido en el contexto de la Conquista de América, allá por 1515, concretamente una expedición capitaneada por Juan Díaz de Solís. Sin embargo, creo que esta novela no podría catalogarse, al menos formalmente hablando, como una novela histórica, porque pienso que encierra claves mucho más interesantes y complejas que la historicidad propiamente dicha, por ejemplo, las que el lector puede extraer de varios contextos como el puramente antropológico, el psicológico e incluso el filosófico.

Al comienzo de la novela, algunos lectores podrán pensar que se hallan frente a un relato épico o de aventuras, y aunque las primeras páginas pueden causar esa sensación, pronto se darán cuenta de que tampoco es el objetivo principal de esta novela centrarse en las peripecias de una expedición española por el Río de la Plata. Durante esa expedición, Juan José Saer nos cuenta, al poco de comenzar la novela, como el grupo de expedicionarios es capturado por una tribu de indios antropófagos. Los indios matan a todos, salvo al grumete, a quien mantienen con vida en su poblado durante diez años. El joven grumete -personaje basado en la figura de Francisco del Puerto- se cuestiona a través de su narración el motivo por el que aquella tribu de caníbales lo ha mantenido con vida durante tanto tiempo. Lo que el lector puede pensar inicialmente es que si los indios le han perdonado la vida es porque lo han tomado por una deidad. Pronto comprendemos que esta no es la explicación, y esa incertidumbre es lo que realmente logra mantener con verdadero interés una historia que, de otro modo, podría definirse, como apunté al principio, como una novela de aventuras o semihistórica.

El entenado (sinónimo de hijastro) es el grumete que es “adoptado” por la tribu indígena. Pero mientras permanece con ellos lo hará sin participar en la vida de la tribu salvo como un mero espectador al que, además, nadie se esfuerza por explicarle nada. De este modo, el joven presenciará como los indios asan a la parrilla a todos sus compañeros de barco y los devoran con voracidad en una especie de ritual festivo que termina de un modo orgiástico en el que todos sucumben a una especie de delirio colectivo en el que no hacen otra cosa que entregarse enfebrecidamente a la comida y al sexo, hasta que, transcurrido un tiempo, su ánimo se aplaca y se calman como si nada de lo anterior hubiese sucedido nunca. El narrador nunca llega a asimilar la  lengua de la tribu, entre otras cosas, porque nadie se molesta en prestarle atención. El grumete es atendido correctamente por sus “anfitriones”, que lo alimentan y le dan un cobijo, pero apenas si interactúan con él y pasan a su lado como si no existiera y, cuando lo hacen, casi siempre le repiten siempre las mismas palabras que resuenan en la mente del joven como una letanía, aunque nunca llega a comprenderlas o sí, lo hace, pero será en su senectud, y al final de la narración, cuando el lector conozca la conclusión final, tan sorprendente como descorazonadora. El lenguaje es un elemento importante en esta novela, pues resulta evidente que el prisionero, el entenado, trata desesperadamente de comprender, pero las palabras que oye, cuando cree descifrarlas, encuentra que pueden significar cosas muy diversas, y que la ausencia de ciertos términos, como un equivalente del verbo “ser”, en el lenguaje indígena, hace que la relación entre los indígenas y el mundo que les rodea sea muy diferente, pues para esta tribu las cosas no “son” en el sentido individual sino que “parecen” en un sentido más unificador o colectivo.

Es a través de la comprensión parcial del lenguaje como El entenado terminará comprendiendo que su experiencia con la tribu, que termina liberándolo, soltándolo en una canoa con alimentos y dejándolo correr río abajo, ha sido para que quede un testimonio vivo de ellos, lo que es una forma de reafirmar su identidad, su esencia, lo que son, justamente aquello que no pueden expresar en su propio idioma. La escena en que los indios se despiden del entenado mientras su canoa avanza río abajo es uno de los momentos magistrales de la novela, pues el lector siente confsión y alegría a partes iguales. El propio narrador está confuso pues no sabe por qué lo están liberando, mientras todos los indios que corren por la orilla, tratando de acompañar a la canoa, repiten sin cesar, una y otra vez, las palabras que lo han acompañado incesantemente durante todo su cautiverio y que solo al final se desvelarán, más por intuición que por convicción, por parte del narrador.

Tras su liberación, el joven grumete alcanzará con su canoa un poblado en el que se reencontrará, diez años después de su captura, con sus compatriotas españoles que, obviamente, al verlo, lo toman por una especie de salvaje. Al protagonista le costará recuperar el habla en su propia lengua y, aunque inicialmente es repudiado y lo quieren dejar encerrado, un sacerdote, el padre Quesada,  se hará cargo de él, más por curiosidad científica que por caridad propiamente dicha, para interrogarlo sobre las costumbres y ritos de una tribu que le resulta fascinante. El narrador acepta este interrogatorio y pasa siete años con el sacerdote como si esto formara parte de una terapia en la que retomará el contacto con su lengua natal, aprenderá a leer y escribir con el sacerdote y, aunque con dificultad, terminará reintegrándose en su mundo, aunque la huella de aquellos diez años cautivo le habrá dejado una impronta imborrable. Cuando el protagonista ha alcanzado una edad en la que presiente que son pocos los años que le quedan es cuando volverá de nuevo la vista atrás, hacia esa tribu caníbal y se decidirá por fin a narrar su historia que, como insinué al comienzo de esta reseña, es algo más que una simple aventura, es una experiencia trascendental, existencial, sobre la percepción de las cosas y su significado. Como el propio narrador afirma después de sesenta años esos indios ocupan, invencibles, mi memoria. En definitiva, podemos decir que El entenado se nos presenta como una parábola de lo que significa comprender el mundo que nos rodea, especialmente aquel que nos resulta más lejano, más ajeno, más incomprensible.

El entenado. Juan José Saer. Seix Barral.

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Acerca de Jaime Molina

Licenciado en Informática por la Universidad de Granada. Autor de las novelas cortas El pianista acompañante (2009, premio Rei en Jaume) y El fantasma de John Wayne (2011, premio Castillo- Puche) y las novelas Lejos del cielo (2011, premio Blasco Ibáñez), Una casa respetable (2013, premio Juan Valera), La Fundación 2.1 (2014), Días para morir en el paraíso (2016) y Camino sin señalizar (2022).

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