El fin de Alice. A. M. Homes. Cuando la perversión no tiene límites.

el fin de alice Homes Hay cierto tipo de libros que buscan la provocación directa, el ataque frontal y que, desde sus primeras páginas, desafían al lector con un estilo y una narrativa que, por la línea argumental, a veces puede resultar difícil de digerir si a uno le pilla desprevenido. Está claro que A. M. Homes es una de esas escritoras que no se conforma con escribir bien, algo que no puede ponerse en duda, sino que busca sacudir a su público lector, soltarle una descarga eléctrica, un puñetazo en el estómago, sin inhibirse ni un ápice en ello.

La primera sorpresa de esta novela es el punto de vista que escoge la narradora: el de un criminal pedófilo que está encerrado en la cárcel. El punto de partida que lleva a este presidiario llamado Chappy a contarnos su historia tiene su origen en unas cartas que comienza a recibir de una joven universitaria que se dirige a él para pedirle consejo. Y el motivo que induce a esta joven a escribir a Chappy es que ella misma comienza a sentir que tiene tendencias pedófilas. En sus cartas ella admite abiertamente que quiere seducir a un niño de doce años, fascinada por la inmadurez, por el deseo de corromper la inocencia y, conociendo el pasado criminal de Chappy, recurre a él como la voz de la experiencia. Al principio, como en una partida de ajedrez, el recluso y su corresponsal únicamente se tantean, en un morboso juego de confesiones y medias verdades. A medida que la trama avanza, iremos conociendo la verdad atroz que oculta del presidiario, que inicialmente se presenta ante el lector como una especie de Humbert Humbert marcado por su particular Lolita, como la desolada y triste víctima de sus deseos que siente renacer sus impulsos más oscuros cuando su joven corresponsal le explica sin tapujos cómo dirige su comportamiento perverso, adentrándose en un territorio desolado, solitario y triste de una sexualidad cuya complicidad es la que desea compartir.

Con este planteamiento, no es de extrañar que la novela suscitase polémica y críticas enconadas que, en los casos más extremos, la consideraron una apología del crimen y la pedofilia. Obviamente no es así. Por el contrario, una lectura atenta de la novela nos revela que suscita arduas cuestiones de orden moral y nos hace pensar en la complejidad de la mente humana a través de unos personajes retorcidos y atípicos que, lejos de quererse o de estimarse, se rebelan con violencia contra todo aquello que son, aunque para lograrlo tengan que recurrir a degradarse, como hace Chappy en su nauseabunda existencia en la cárcel, dejándose seducir por un compañero de celda con quien mantiene relaciones sexuales y a quien acaba humillando. El odio que se concentra como un veneno mortífero en la mente de Chappy se nos rebela a través de confesiones como esta:

En mi sangre, en mis músculos y venas, todaví­a acecha el impulso, el arranque, el flujo envenenado de la rabia. Pero en mi esfuerzo por contenerla, por ahorrarme la humillación de que estalle -figuraos cuánto más potente el estallido si se produce en un lugar cerrado, cuánto más peligroso- vuelvo ese veneno contra mí­ mismo (…) Si pudiera desahogarme, simplemente echarlo fuera como la orina, formarí­a una espesa lí­nea de tinta negra que sisea espumosa (…) El cuerpo no es el recipiente adecuado para semejante ponzoña.

Chappy nos desvela poco a poco su pasado: su infancia anormal con un padre al que pierde siendo muy niño, una madre desquiciada que lo induce a practicar con ella juegos sexuales que el niño no termina de comprender pero que lo excitan y lo aturden y que, sin duda, marcarán su comportamiento futuro. Entretanto, también conocemos la historia de su corresponsal y cómo avanza en su juego de la seducción con el niño de doce años. Hay una escena que me resultó realmente impactante en la que describe como ella consigue trabajar como niñera en la casa del chico a quien planea seducir y, en un momento dado, se come una costra del niño como si fuera un caramelo.

A.M. Homes consigue en esta novela generar interés con una trama y unos personajes que resultan moralmente despreciables. La crudeza de algunas escenas, a veces tan explícitas que parecen dotadas de un carácter gráfico, es notable. Si existe algo en común entre los dos personajes centrales de esta novela es que ambos muestran su propio punto de vista, el de dos pederastas, con una libertad demoledora. Si bien no llegamos a empatizar con ellos, sí podemos conocer las circunstancias que los llevaron a ser como son y, aunque dichas circunstancias no valgan como justificación para su comportamiento deleznable, podemos llegar a compadecerlos por lo que hay en ellos de mentes insanas, enfermas. Ningún personaje busca la redención, ni es el objetivo de la autora que sintamos simpatía por ellos. Poco a poco Chappy nos referirá su degradación personal, la manera en que abusa de las jovencitas hasta que se encuentra con Alice, la horma de su zapato, una niña de doce años que lo volverá definitivamente loco, porque en este caso será Alice la que comience a jugar con él, un adulto capaz de los crímenes más horrendos, pero que al mismo tiempo pugna por escapar de ese comportamiento indigno y que, en algún oscuro resquicio de su alma, desea apartarse de la violencia a la que se ve empujado por la fatalidad y el deseo más repugnantes. Así nos describe Chappy una de las “experiencias” que mantiene con una de sus víctimas, cuando le introduce por la vagina el cañón de una escopeta:

Te disparo una vez y te convulsionas un poco; la segunda vez pareces tan sorprendida como si nadie hubiese pensado nunca en una cosa así. Acaricio el cañón y brotan mis recuerdos; el chillido de las ardillas, botellas rotas, ventanas de viudas apedreadas.

La irrupción de la universitaria en su vida vuelve a hacer aflorar a Chappy lo peor de sí mismo. Él es consciente de su podredumbre, del desastre en que ha convertido su existencia y trata de evadir su conflictiva mente de diversos modos: con la lectura de prácticamente todos los libros de la biblioteca que caen en sus manos, con la escritura de miles de cartas y también con la afición recurrente a una droga que le venden dentro de la prisión. “’Nuestro crimen es nuestra inocencia”, afirma Chappy. El delito, desde esa perspectiva­ deformada, no estriba en conocer el mal sino en evadir su conocimiento y su raí­z. Cuando terminen este libro, si llegan a leerlo, podrá parecerles un horror o una genialidad. Pero les garantizo que no les dejará indiferentes.

El fin de Alice. A. M. Homes. Anagrama

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Acerca de Jaime Molina

Licenciado en Informática por la Universidad de Granada. Autor de las novelas cortas El pianista acompañante (2009, premio Rei en Jaume) y El fantasma de John Wayne (2011, premio Castillo- Puche) y las novelas Lejos del cielo (2011, premio Blasco Ibáñez), Una casa respetable (2013, premio Juan Valera), La Fundación 2.1 (2014), Días para morir en el paraíso (2016) y Camino sin señalizar (2022).

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