El hombre sin atributos. Robert Musil: El escritor no complaciente

Robert Musil

Reseñar en pocas palabras una novela como El hombre sin atributos (1942) no es tarea fácil. En primer lugar, por su inusitada extensión (unas 1.600 páginas); en segundo lugar, porque no solo está inconclusa, sino que difícilmente puede adivinarse hacia dónde se dirigía la novela cuando Robert Musil (1880-1942) murió; y en tercer lugar, porque no es una novela convencional. De hecho, puedo afirmar sin duda que, hasta la fecha, El hombre sin atributos es la novela más difícil que he leído, especialmente por su densidad.

Lo primero que hay que decir de esta obra es que lo narrativo está mezclado de forma indisoluble con lo no narrativo, de manera que de esta unión resulta una novela de tesis, o de ideas, o una novela filosófica, pero por otro lado, después de una lectura atenta, solo se puede llegar a la conclusión de que tal tesis no existe, o que son múltiples las cuestiones que plantea (y que no resuelve), pero que en cualquier caso, la novela no se dirige hacia un objeto filosófico concreto, no trata de demostrar nada, sino que se detiene en diversos aspectos del pensamiento sin una sucesión lógica que podamos considerar sistemática.

¿Y quién es el hombre sin atributos? En principio, Musil le da un nombre: Ulrich, un matemático idealista, espectador de la vida, que ha pasado y pasa por ella como de puntillas, pero tratando de examinarla con un microscopio para que no se le escape nada. Ulrich no participa apenas de la vida: se dedica solo a diseccionarla. Es el hombre de pensamiento en contraposición al hombre de acción. Pero curiosamente, una acción encomendada a Ulrich será la que ponga en marcha la débil trama de la novela: en 1913 y principios de 1914 -fechas en la que se desarrolla la novela- el reino de Kakania (el Imperio austro-húngaro) decide celebrar el trascendental jubileo del septuagenario aniversario del Emperador en el trono, en oposición a las fiestas que se van a celebrar en Alemania dedicadas al káiser. A esta celebración se le llamará «la Acción paralela», y alrededor de ella se centrará la trama de la novela.

Tan importante celebración parte de la idea de un noble alto cargo, el conde Leinsdorf, el cual encarga de alguna manera la dirección de los acontecimientos a Ulrich. Pero esto será una simple excusa para que nuestro protagonista aparezca en los preparativos de dicho aniversario (que por cierto, son todo el meollo de la historia), puesto que «la Acción paralela» va a consistir básicamente en una serie de reuniones informales en la casa de una prima de Ulrich llamada Diotima. Esta mujer, casada con un importante cargo del Ministerio de Asuntos Exteriores, centrará la atención de todos aquellos que quieran asistir a las importantes reuniones que se celebran, especialmente el millonario Arheim, que en la novela aparecerá como el hombre con atributos, en contraposición de Ulrich. En Arheim se van a reunir todas las características del hombre de acción, con carácter, que se enfrenta a todas las situaciones de la vida con auténtica valentía. Porque no solo Arheim es millonario, sino un autor de libros profundos, en los que se dedica a estudiar la cultura de la época. Arheim también enamorará a Diotima, aunque éste será un amor tan escondido que apenas se vislumbrará a través de la novela.

De alguna manera, salvando a Arheim, todos los personajes que pasan por la novela son personas sin atributos, porque de hecho todas sus confabulaciones, todos sus pensamientos y conversaciones acerca de «la Acción paralela» no darán fruto ninguno. En el cine, la «Acción Paralela» sería un claro ejemplo de Mcguffin, puesto que en nada avanza en todas las páginas en las que sale, como si los personajes fueran incapaces de ponerse de acuerdo aunque fuera de una forma mínima para celebrar una cosa tan sencilla como un aniversario.

Fundamentalmente, la primera parte de la novela se basa en estas reuniones de personas importantes que hablan de lo humano y de lo divino, tratando de arreglar el mundo, pero sin llegar absolutamente a nada. Se puede hablar del inmenso pesimismo de Musil, puesto que su obra pone al descubierto que el hombre no avanza hacia ningún lado, ni siquiera cuando se pone de acuerdo para ello y pone todos los medios. No hay que olvidar que la acción se desarrolla inmediatamente antes de la Gran Guerra, por lo que la paradoja de una acción encaminada a realzar el pacífico reinado del Emperador es ridícula. Es como si Musil fuera a decirnos que para nada le sirve al hombre desentrañar su cultura, su moral y sus costumbres, en definitiva, su destino, cuando las fuerzas externas, la violencia y el mal acechan a la vuelta de la esquina.

No obstante, la segunda parte de la novela vira bruscamente en su trama, aunque sin dejar aparte «la Acción Paralela». En esta segunda parte, Ulrich se encuentra con su hermana Agathe, tras la muerte repentina de su padre. Apenas conoció a su hermana cuando fueron niños y jóvenes, puesto que vivieron ambos en internados, así que este encuentro ya de adultos es como un redescubrimiento del amor fraternal. En esta parte es donde aflorará el momento más sentimental de la novela, puesto que hay páginas de una gran brillantez en donde los sentimientos de los hermanos se muestran a flor de piel de una forma emocionante, hasta llegar al propio incesto. Por desgracia, cuando la novela se interrumpe, ese amor entre hermanos ha entrado en una fase de acercamiento que se nos priva, pero que prometía ser fascinante.

La relación entre Ulrich y su hermana dota de calor humano a esta novela que solo puede calificarse de fría, aunque no de sistemática, puesto que la trama va avanzando de forma trompicada, como cuadros que se van superponiendo. ¿Por qué ha de entenderse esta novela como una obra maestra? La respuesta no es fácil, porque la falta de amenidad amenaza cualquier intento del autor por hacer de la novela una narración sostenida, una novela convencional, pero no es menos cierto que hay que considerar por encima de todo el gran esfuerzo de Robert Musil por resumir en un solo volumen todo el pensamiento humano de una época, incluso nos atreveríamos a decir que de todas las épocas.

Si se mira bien, El hombre sin atributos a pesar de desarrollarse en una fecha muy definida, es una novela atemporal, ya que se plantea una tarea de disección de la cultura occidental que no ha perdido vigencia. Posiblemente la novela hubiera podido ser mejor como tal narración sin las continuas digresiones filosóficas que contiene, pero posiblemente no exista otra forma de abarcar tanto pensamiento en una obra de ficción. Desde luego, no conozco ningún otro caso en la historia de la novela que se acerque tanto al ensayo sin caer en las estructuras ensayísticas, por lo que en todo caso hay que felicitarse de que exista una novela como El hombre sin atributos que, aunque difícil, no defrauda en ningún momento al lector, que disfruta con ella.

El hombre sin atributos. Robert Musil. Seix Barral

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Acerca de José Luis Alvarado

Dijo el sabio griego que nada es comunicable por el arte de la escritura; tras apurar la copa de seca cicuta, su discípulo dilecto lo traicionó y acaso lo perfeccionó transmitiendo por escrito sus irónicos conocimientos.Como antes hiciera Montaigne, pienso que la obra de un autor se prolonga y modifica cada vez que se escribe sobre ella. La memoria, que fue oral y minoritaria, ahora se multiplica con cada palabra que integra y justifica el continuo universo, también llamado la Red.

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