El sereno atardecer

lunessol

La vejez no está de moda. Vivimos en una época en que la vista se ha convertido en un sentido sobrevalorado y la belleza humana se mide más que nada por la tersura de la carne: en verano, en la televisión, nunca aparecen imágenes de las playas de Benidorm, sino de cuerpos jóvenes dorados al sol de Ibiza, y en las pasarelas de moda se muestra una ropa desenfadada y provocativa que sólo pueden exhibir modelos cada vez más adolescentes y escuálidas, como si los mayores no tuvieran deseos de renovar su vestuario de vez en cuando. Se me podrá decir que la belleza se tiende a identificar con la juventud por motivos obvios, pero si nos fijamos un poco, en la historia de la pintura hay ejemplos contrarios: contemplar la Vieja friendo huevos de Velázquez es una forma de descubrir la serenidad en el rostro de una anciana, la lenta obra del tiempo modelando una expresión que ningún joven puede poseer. Ejemplos parecidos pueden encontrarse en los maestros holandeses, y no conozco a nadie que haya dicho que estos cuadros no eran bellos porque aparecieran cuerpos trabajados por los años.
 
Decía que la vista es un sentido sobrevalorado y no creo equivocarme: quien haya escuchado con detenimiento a alguno de sus mayores, sabrá por qué lo digo. He pasado tardes inolvidables escuchando a mis abuelas, que me contaban historias de su juventud, de los años de la guerra y del hambre, pero también historias de miedo o de amores furtivos que mezclaban con el relato de las costumbres de los pueblos que sin su memoria nunca hubiera conocido. Ellas supieron darle un sentido a su vejez y un ejemplo a mi infancia, que hubiera sido mucho menos grata sin su noble presencia.
 
Hubo un tiempo en que la palabra anciano era sinónimo de sabiduría: los miembros del Sanedrín eran ancianos porque de ellos se esperaba personas juiciosas, con prudencia y capacidad de comprensión para solventar los problemas que surgían en la comunidad. Platón decía que la ancianidad es un estado de reposo y libertad porque apaga la violencia de las pasiones, que ahora, sin embargo, parece ser la única vía posible para ser libre.
 
Parece que se hubiera olvidado que la vida es una carrera de fondo porque observo que algunos se empeñan en decirnos que esto es un sprint que hay que correr al máximo de las posibilidades, como si no estuvieran contados todos los pasos que habremos de dar en nuestras vidas. Estamos en una carrera de fondo y lo importante es saber llegar en el mejor estado posible a la meta: hay que saber lo que se puede hacer y por qué. El problema del anciano es sentirse inútil, como si su tiempo ya estuviera marchito o no fuera el mismo tiempo que viven los más jóvenes. Y mucha culpa de esto la tiene la sociedad en que vivimos, que posterga a los viejos a un papel de mirones, a ser posible apartados en habitaciones donde sus únicas pertenencias son un armario y una mesilla de noche.
 
Por supuesto, detrás de esto hay una estúpida razón económica que proviene de una clase dirigente fanática de las cifras y la tecnocracia. Para ellos, los mayores no son más que un sector de la sociedad que no aporta nada y que sin embargo demanda una pensión y una sanidad y unos cuidados cuya carga para el Estado parece especialmente gravosa. Nos amenazan con las penas del infierno cuando hablan de un futuro lleno de viejos, es decir, de personas ociosas que nada tienen que contribuir al producto interior bruto y todas esas zarandajas que se han inventado para impresionar al personal, como si los viejos no fueran quienes han hecho posible con el trabajo de toda su vida que esos tecnócratas estén ahora colocados en sus puestos de privilegio.
 
Nos venden la juventud como si fuera la panacea de la felicidad y lo gracioso es que hay mayores que se lo creen. No hay más que ver esas folclóricas y esas actrices de medio pelo que quieren ser eternamente jóvenes a base de liftings y operaciones estéticas. Han conseguido convertir sus rostros en remedos de momias egipcias y se pasean ufanas delante de los fotógrafos con la insensatez que delata lo imposible, en vez de envejecer con el estilo y la clase que nos han demostrado Katherine Hepburn o la inolvidable Aurora Redondo, en cuyos rostros hemos vislumbrado la satisfacción de una vida bien vivida.
 
Decía Graham Greene que en el fondo de nosotros mismos siempre tenemos la misma edad. Eso debió pensar Picasso, que es un ejemplo de vitalidad en la vejez, cuando afirmó: “Cuando me dicen que soy demasiado viejo para hacer una cosa, procuro hacerla enseguida”. Él nos demostró que saber envejecer es saber mantener la misma curiosidad por las cosas que siempre tuvimos. Ya que no podemos añadir años a nuestras vidas, lo más inteligente sería ser capaces de añadir vida a nuestros años.
 

 

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Acerca de José Luis Alvarado

Dijo el sabio griego que nada es comunicable por el arte de la escritura; tras apurar la copa de seca cicuta, su discípulo dilecto lo traicionó y acaso lo perfeccionó transmitiendo por escrito sus irónicos conocimientos.Como antes hiciera Montaigne, pienso que la obra de un autor se prolonga y modifica cada vez que se escribe sobre ella. La memoria, que fue oral y minoritaria, ahora se multiplica con cada palabra que integra y justifica el continuo universo, también llamado la Red.

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