Historias de fantasmas de un anticuario. M. R. James: La inquietud en lo trivial

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Fue el encantador Robertson Davies, en el prólogo a los cuentos de fantasmas que componen su libro Espíritu festivo, el que me dio la pista acerca de uno de los grandes escritores del género, Montague Rhodes James (1862-1936). Aparte de comparar sus relatos con esa obra maestra que es Otra vuelta de tuerca de Henry James, incidía en una circunstancia bien alejada del mundo del terror: igual que Henry James plantea su obra en forma de cuento que se lee en Navidad durante una fiesta entre amigos, en una casa de la campiña inglesa, el otro James, M. R. James, compuso la mayoría de sus relatos de fantasmas para ser leídos a los amigos en Navidad en el King’s College de Cambridge, de donde era vicedirector. No hace falta decir que el propio Robertson Davies continuó esta tradición navideña durante los 18 años que residió en el Massey College de la Universidad de Toronto.

Instintivamente, unimos nuestro recuerdo de los relatos de terror a pesadillas llenas de fantasmas que se arrastran con cabezas cortadas, pesadas cadenas o aullidos que se escuchan desde las profundidades de un tenebroso castillo, almas en pena que deambulan por cementerios abandonados o seres sobrenaturales llegados de un desconocido horror cósmico donde el satanismo y el mundo extraterrestre se confunden con mitos de olvidadas culturas.

Al terror de las palabras suele venir unido la tormentosa vida de sus autores, desde la compleja y extraviada personalidad de Edgar A. Poe hasta la extravagancia solitaria del frustrado H. P. Lovecraft, pasando por las pesadillas recurrentes de Sheridan Le Fanu, que a menudo soñaba que se encontraba al pie de una casa muy alta, siniestra y amenazadora que sabía que iba a derrumbarse encima de él.

Sin embargo, la vida de M. R. James fue sencillamente banal, y si escribió estos relatos fue por puro pasatiempo, lo que hace que su corta obra sea el reflejo de ese refinamiento entre amigable y erudito que envolvió sin mayor problema la personalidad del que acaso sea el mejor escritor de relatos de fantasmas que ha dado la historia.

Hablamos de una corta obra puesto que M. R. James tan sólo escribió 31 relatos que, como se ha dicho al principio, tuvieron una génesis un tanto peculiar, puesto que lo mismo fueron creados para amenizar una velada navideña entre amigos, que para colaborar en una revista universitaria o como encargo hecho por una escuela de coro o el grupo de Boy Scouts del Eton College. Si después pasaron a ser publicados en forma de libro, lo fue a propuesta de amigos editores, como ocurrió con Historias de fantasmas de un anticuario (1904), su primera obra impresa de este género y que reúne 8 cuentos fundamentales para explicar la forma de entender el miedo en la literatura que este autor creó acaso sin querer pero cuya influencia fue fundamental en décadas posteriores.

El método de M. R. James parece simple a primera vista: sus historias las desarrolla en la sociedad burguesa de la época y son relatadas en un estilo coloquial e incluso humorístico, como con un cierto distanciamiento irónico dentro de una atmósfera tranquilizadora, como si fuera una relajante charla nocturna delante de una chimenea. Dentro de ese contexto, el fantasma aparece al principio como una inquietud, como algo que se sale de lo normal pero tímidamente, sin que podamos asegurar que detrás de esa extrañeza hay algo poderoso. Conforme avanza el relato, lo extraño se convierte en insistente hasta que al final toma plena posesión de la escena y desvela una situación terrorífica que lo es más aún porque el lector comprende que ha estado presente desde el principio, sin que la víctima sospechara nada. La angustia no está en el personaje, sino en el lector, que teme un desenlace final y fatal en el que por fin la víctima abre los ojos ante la ominosa realidad.

El ambiente en el que se despliega la historia está repleto de connotaciones personales, puesto que M. R. James fue un medievalista de prestigio, estudioso bibliófilo y asiduo visitante de antiguas ruinas, olvidadas bibliotecas y recónditas iglesias rurales. Sus investigaciones lo llevaron a viajar a menudo al extranjero, y fruto de uno de esos viajes, en Suecia conoció la existencia de un personaje real del siglo XVII, el conde Magnus Gabriel de la Gardie, que daría como resultado uno de los mejores cuentos de fantasmas que se hayan escrito, El Conde Magnus.

Este relato nos puede servir de ejemplo perfecto para conocer el desarrollo de una ghost story de M. R. James: él mismo es el narrador de la historia, que incluso al principio duda de su veracidad y deja al lector su propia opinión, y continúa asegurando que dicha historia se encuentra en un libro, Diario de una estancia en Jutlandia y las islas danesas, de un tal Marryat, naturalmente falsos tanto el libro como el autor porque los cuentos de M. R. James están trufados de libros inventados, citas apócrifas y autores inexistentes, igual que después hiciera asiduamente Borges, para dar una pátina de realidad a lo narrado.

El personaje, llamado Wraxall, en uno de sus viajes nórdicos va a parar a una mansión, que por cierto aparece en un grabado de 1694 reproducido en Suecia antiqua et moderna, de un tal Dahlenberg (las digresiones presuntamente eruditas son característica del principio de sus relatos). Si bien no se hospeda en ella sino en una posada (el autor evita la tentación de que el personaje se vea envuelto en un ambiente “extraño”) revisa todo tipo de documentación en las tranquilas estancias de la mansión hasta que encuentra un retrato bastante impresionante  del Conde Magnus y, en un texto referido a él, la alusión a que el conde había tomado parte de la Peregrinación Negra.

Naturalmente, el curioso viajero se pregunta qué es la Peregrinación Negra pero nadie sabe darle respuesta, pero no porque no la sepan, sino porque la eluden. La “extrañeza” ya se ha infiltrado en el relato pero la curiosidad de Wraxall no lo desanima y continúa su investigación que le lleva a un libro de alquimia escrito por el mismo conde titulado Liber Nigrae Peregrinationis, en el que se explica cómo obtener una vida larga: primero hay que ir a una ciudad llamada Chorazin “y rendir allí homenaje al Príncipe…” y en esos puntos suspensivos  hay raspada una palabra, que pudiera ser aëris. El resto del texto viene en latín y, traducido, viene a decir: “ver el resto de esta materia entre las cosas más secretas”. Cuando el erudito pregunta dónde está Chorazin, le contestan que el lugar seguramente estará en ruinas y, en todo caso, algunos viejos sacerdotes aseguran que hay rumores que allí nacerá el Anticristo…

Lo que al lector comienza a parecerle siniestro el pobre Wraxall lo considera extravagante. Éste decide acercarse al mausoleo del Conde Magnus, donde hay representadas tres escenas que no auguran nada bueno, y entre los ricos ornamentos que destacan en el sarcófago hay tres candados que lo cierran, aunque uno está caído en el suelo, posiblemente por efecto del tiempo. No mucho después rectifica en sus escritos, porque en la siguiente visita al mausoleo son dos los candados que están en el suelo.

Dentro de la cháchara investigadora de Wraxall este hecho no es más que fortuito, cuando para el lector no pasa desapercibido. Por suerte, nuestro personaje decide proseguir su viaje por Suecia y se despide de la familia que tan amablemente lo ha acogido.

Pero, a última hora, se desvía de su camino para dar un vistazo final al sarcófago del feroz Magnus y el último de los candados que lo cerraban aparece en el suelo. Wraxall ya se ha metido de lleno y sin remedio en lo terrorífico y el lector asiste a un final de pesadilla que ha ido viendo construirse párrafo a párrafo.

En El tesoro del Abad Thomas un anticuario descubre que en la iglesia donde reposan los restos del clérigo hay una rara vidriera por cuanto aparecen personajes tan dispares como el patriarca Job, el evangelista Juan y el profeta Zacarías, cada uno de ellos portando un libro o rollo con citas bíblicas en las que alguna palabra está cambiada respecto al original. El motivo de ese cambio le llevará a tener que desentrañar un criptograma que todos tememos contenga un mensaje que lleve al obsesionado anticuario a su ruina.

Lo mismo le sucede al profesor Perkins, arqueólogo aficionado que encuentra una especie de silbato en las ruinas de un lugar con un pasado oscuro, y en ese silbato una inscripción en latín que él no sabe traducir y que tal vez contenga una advertencia. El título del cuento, ¡Silba y acudiré!, ya parece recomendar al profesor que lo último que debe hacer es utilizar el silbato, pero él inocentemente lo hará sin saber las funestas consecuencias que le acarreará.

También hay dibujos que se mueven conforme pasa el tiempo, como ocurre en El grabado, o habitaciones que están donde no deberían estar porque no existen, tal como sucede en La habitación número 13. El escritor se supera en El fresno, puesto que los «fantasmas» pueden ser las ramas de un árbol que ni siquiera rozan la ventana de un dormitorio.

Para terminar, quiero referirme a una obra maestra del cuento de fantasmas: El álbum del Canónigo Alberico, no muy distinto en los elementos básicos que hemos reseñado anteriormente, pero cuyo interés y suspense se desarrollan de una forma gradual diría que perfecta. M. R. James se permite incluso bromear con el carácter netamente inglés de un licenciado de Cambridge que visita una iglesia en Toulouse y cuyo sacristán, lleno de tics nerviosos y con la fijación de mirar continuamente a su espalda, no sabe si considerarle una persona obsesionada por una idea fija o tomarle “por un marido dominado por una mujer insoportable”. El relato continúa con un gran cuadro oscuro donde figura una leyenda en latín que lo mismo puede parecer una broma que una amenaza, y más tarde con el ofrecimiento por parte del sacristán y su hija de un libro manuscrito de incalculable valor que ellos están dispuestos a venderle por un precio irrisorio. El minucioso recorrido por el libro, sus estampas y grabados, sus citas, irá desvelando progresivamente una historia tan horrorosa cuyo desenlace el profesor podrá incluso mostrar a sus amigos, ya que se encuentra dentro del propio libro, a la vista de cualquiera.

Acaso después, durante todo el siglo XX, se hayan escrito relatos más terroríficos que los de M. R. James, pero aparte de constituir la cumbre de los llamados cuentos de fantasmas, es innegable que el escritor inglés perfeccionó una técnica para narrar en pocas páginas una historia llena de interés e inquietud cuyo uso por parte de otros escritores dio lugar a muchos de los mejores cuentos fantásticos que se han escrito desde entonces hasta nuestros días.

Historias de fantasmas de un anticuario. M. R. James. Valdemar

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Acerca de José Luis Alvarado

Dijo el sabio griego que nada es comunicable por el arte de la escritura; tras apurar la copa de seca cicuta, su discípulo dilecto lo traicionó y acaso lo perfeccionó transmitiendo por escrito sus irónicos conocimientos.Como antes hiciera Montaigne, pienso que la obra de un autor se prolonga y modifica cada vez que se escribe sobre ella. La memoria, que fue oral y minoritaria, ahora se multiplica con cada palabra que integra y justifica el continuo universo, también llamado la Red.

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