Por qué el mundo funciona perfectamente sin mí. Joost Vandecasteele: el mundo como un mercado laberíntico

 Joost Vandecasteele.Por qué el mundo funciona perfectamente sin mí es un libro de relatos difícil de clasificar. Por un lado, hay un cierto elemento futurista, cercano a la ciencia-ficción, que pone un marco común a todos los cuentos: el de una realidad distópica en un futuro plausible, indeterminado en el tiempo pero que, sin embargo, no parece muy lejano del periodo actual, a juzgar por el tipo de personajes y situaciones que conforman las historias. Otro elemento presente a lo largo de todo el libro es, indiscutiblemente, el sarcasmo. Es evidente que Vandecasteele domina el humor, aunque no se cohíbe a la hora de emplearlo con una ironía brutal y caústica. Partiendo de la premisa de que Vandecasteele ha sabido encontrar una voz propia y personal, hay algo en sus relatos que me han hecho recordar ligeramente a dos autores: por un lado, creo que existe un claro influjo de David Foster Wallace, por la crítica directa que se aprecia de una sociedad posmoderna, inmersa en una cultura capitalista, en la que los medios de comunicación y la tecnología son un factor clave que modifica el comportamiento de una sociedad deshumanizada, carente de empatía, en la que lo irracional y lo absurdo llegan a formar parte de lo cotidiano. Por otra parte, creo que en estos relatos también presentan cierta similitud con Harold Pinter, en el sentido de que los personajes se mueven en un mundo que parece marcado por el absurdo aunque las situaciones nos parezcan de lo más cotidianas y, por otra parte, los personajes de este libro, al igual que sucede en Pinter, son seres individualistas que parecen despojados de emociones y para quienes representa una enorme dificultad el simple hecho de relacionarse, de comunicarse con sus congéneres.

El universo de Vandecasteele es, en cierta medida, un universo que nos resulta familiar, no excesivamente lejano pero en donde todo se nos muestra absolutamente caricaturizado, exagerado hasta el absurdo, todo pasado por un filtro satírico que nos devuelve la imagen deformada, como en un juego de espejos de feria que nos remite al esperpento de Valle-Inclán, de una sociedad que, en el fondo, no nos cuesta reconocer. Uno de los aciertos de este libro es que los relatos son muy unitarios y casi podrían considerarse como capítulos de una novela que describe un mundo: el de un lugar llamado CityBis en el que nos encontramos centros comerciales que parecen infinitos y en los que la gente se pierde hasta el punto de no encontrar la salida; espacios residenciales como El Cielo 2.0, reservados para el sector más refinado de la sociedad, formado por personas que se nos muestran entontecidas por absurdos programas de televisión, incapacitadas para la gestión de las emociones, capaces de pasarse horas frente a una pantalla en la que están retransmitiendo en directo la destrucción del barrio en que viven.

En Por qué el mundo funciona perfectamente sin mí existen múltiples conexiones no ya sólo por el escenario común, sino por algunos personajes que saltarán de un relato a otro en un mundo que se nos antoja como de pesadilla kafkiana, en donde las sectas proliferan vertiginosamente (incluyendo sectas de “ateos fundamentalistas”), o en donde el autor imagina a personajes capaces de pasar la mayor parte de su vida consumiéndose ante una pantalla de ordenador, viendo vídeos de youtube, o en donde los centros comerciales son auténticos dédalos que se expanden verticalmente hacia arriba y hacia abajo sin que uno sea capaz de saber nunca si es de día o de noche, pues los techos son cielos artificiales en los que siempre es de día. CityBis en un mundo en donde los famosos se prostituyen, en donde el consumo es lo único que proporciona sentido a una sociedad degradada y descompuesta, un mundo en el que los personajes tratan en vano de comportarse de forma humana cuando el entorno que los rodea se halla claramente deshumanizado. Los personajes actúan como seres a la deriva, aunque no parezcan definitivamente amargados, sino que se dejan llevar, con cierta perplejidad, eso sí, por un camino plagado de incertidumbres en el que se comportan de un modo nada adulto, sino como adolescentes perpetuos que se resisten a ser responsables y a los que el aburrimiento, la continua insatisfacción, las decepciones laborales, personales o sentimentales, se combaten con el único recreo simbolizado por un inmenso centro comercial del que no hace falta salir, pues allí uno encuentra todo lo que necesita.

Me gustaría destacar, entre todos los relatos, el primero, que puede leerse en el siguiente enlace de la editorial Tropo: Cómo le extirpé a Dios del cuerpo a una chica. Este relato, aun siendo uno de los más cortos y posiblemente el que menos encaja en el concepto de unidad que existe en todo el libro, me pareció sencillamente extraordinario, lleno de fuerza y poder narrativo y quizá sea, al mismo tiempo, el relato más serio, en el que la causticidad da paso más bien a un estilo casi existencialista. En cualquier caso, el humor ácido está presente en todo el libro y es uno de los puntos fuertes de los relatos que podrían definirse, de algún modo, como una parábola del desencanto.

Por qué el mundo funciona perfectamente sin mí. Joost Vandecasteele. Tropo editores

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Acerca de Jaime Molina

Licenciado en Informática por la Universidad de Granada. Autor de las novelas cortas El pianista acompañante (2009, premio Rei en Jaume) y El fantasma de John Wayne (2011, premio Castillo- Puche) y las novelas Lejos del cielo (2011, premio Blasco Ibáñez), Una casa respetable (2013, premio Juan Valera), La Fundación 2.1 (2014), Días para morir en el paraíso (2016) y Camino sin señalizar (2022).

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