La Habana para un infante difunto, de Guillermo Cabrera Infante: la ciudad feliz

portada La Habana para un infante difunto de Guillermo Cabrera Infante

Más que una novela, La Habana para un infante difunto parece un libro de memorias autobiográfico, pues, aunque el narrador y protagonista de este libro nunca revela su nombre, se intuye de una manera clara que es un trasunto de Guillermo Cabrera Infante, quien ya desde el propio título nos deleita con uno de sus maravillosos juegos de palabras, en este caso, basándose en el título de la famosa pieza musical de Ravel.

De esta forma, La Habana para un infante difunto recrea los recuerdos de niñez y adolescencia del narrador o del propio Cabrera Infante, algo que en el fondo carece de importancia pues no afecta a la lectura. La narración arranca en la infancia del protagonista, cuando su familia se traslada desde un pequeño pueblo cubano de la provincia de Oriente hasta La Habana en el año 1941; a partir de ahí el narrador hará un esfuerzo de memoria que se detendrá unos veinte años después, cuando el protagonista todavía es un hombre joven.

Curiosamente ese momento coincide con el advenimiento de la revolución castrista, que recién ha triunfado en la isla. Sin embargo, esta novela no contiene ninguna referencia política, ni pretende en ningún momento hacer una crítica del momento en que Fidel Castro llegó al poder. De hecho, se evita en todo momento hacer comentarios políticos, si bien es sobradamente conocido el exilio de Gonzalo Cabrera Infante por su desacuerdo con ciertas decisiones y actitudes del gobierno cubano.

Pero el mismo autor nos deja claro al comenzar el libro que lo que nos quiere contar son todos sus recuerdos felices de sus días en La Habana y, en ese sentido, lo consigue sobradamente y la lectura de este libro deja al lector un agradable sabor de boca. Esta declaración de intenciones con que se abre el libro queda expresada de esta manera:

…Pero no es de la vida negativa que quiero escribir, sino de la poca vida positiva que contuvieron esos años de mi adolescencia”.

Para quienes no hayan leído antes a Guillermo Cabrera Infante, creo que este libro refleja a la perfección ese estilo de prosa exuberante y barroca tan característico de él, así como los innumerables juegos de palabras, aliteraciones, y un sinfín de figuras retóricas que convierten la historia en un deleite doble: primero porque en muchos pasajes puede resultar divertida o emotiva y, segundo, por la manera con que Cabrera Infante juega con el lenguaje, modelándolo a su gusto como si las palabras fuesen de arcilla o de plastilina. Otra característica notable de sus obras es el gusto por la ironía, el humor fino y punzante. No sé si ese humor irónico fue lo que le animó a exiliarse en Londres. En cualquier caso, estas dos características de su estilo fueron mencionadas por su amigo Mario Vargas Llosa, quien escribió de él que:

“Por un chiste, una parodia, un juego de palabras, una acrobacia de ingenio, una carambola verbal, Guillermo siempre estuvo dispuesto a perder amigos, a ganarse enemigos o incluso a que le arrebataran la vida”.

Y añadía que para Cabrera Infante:

“El humor no es, como para el común de los mortales, un recreo del espíritu, sino algo verdaderamente capital, una compulsiva manera de retar al mundo tal como es y de desbaratar sus certidumbres y la racionalidad en que se sostiene”.

En La Habana para un infante difunto, el autor incide, además, en dos de sus pasiones eternas: el cine y las mujeres. Gonzalo Cabrera Infante llegó a declarar que La Habana para un infante difunto era “un museo de mujeres, con el narrador de guía completando cada boceto, detallando cada dibujo, exhibiendo cada cuadro carnal hasta hacerlos tableaux vivants”.

El amor por el cine del novelista queda patente a lo largo de esta obra en la que describe cada una de las salas de cine que existían en La Habana y rememora algunas de las películas, actores y actrices que descubre a través de las proyecciones. En la propia historia se menciona que el protagonista consigue su primer trabajo en una revista local, en donde debe realizar críticas de cine. También se menciona la anécdota que más tarde volvería a escribir en su libro Cine o sardina, a la que hace alusión el título:

“En mi pueblo, cuando éramos niños, mi madre nos preguntaba a mi hermano y a mí si preferíamos ir al cine o a comer con una frase festiva: ¿Cine o sardina? Nunca escogimos la sardina”.

Además del cine, La Habana para un infante difunto es un auténtico recorrido a través del despertar a la sexualidad de su protagonista y el consiguiente aprendizaje sexual o amoroso desde que es un niño en la pubertad hasta que es un adulto cercano a la treintena. En este sentido, el erotismo con que se describen algunos de los episodios es bastante marcado y abarca prácticamente todas las posibilidades más o menos acordes para cada edad, desde un simple flirteo con una muchacha hasta un día entero de solaz sexual en una casa de citas.

Al margen de esos temas, digamos, recurrentes en el libro, La Habana para un infante difunto tiene un tercer elemento omnipresente y que es el auténtico protagonista: la ciudad de La Habana. Pese a que el autor nos relata que su infancia la pasa en un entorno pobre, sin apenas recursos, malviviendo en un bloque de vecinos tanto o más pobres que su familia, la sensación que recorren todas las páginas es la de que siempre subyace un poso de felicidad, y que esa alegría es algo que parece formar parte de la idiosincrasia de La Habana y sus habitantes. Una alegría que transforma la lectura de este libro en un puro placer.

La Habana para un infante difunto. Guillermo Cabrera Infante. Seix Barral.

Rate this post

Acerca de Jaime Molina

Licenciado en Informática por la Universidad de Granada. Autor de las novelas cortas El pianista acompañante (2009, premio Rei en Jaume) y El fantasma de John Wayne (2011, premio Castillo- Puche) y las novelas Lejos del cielo (2011, premio Blasco Ibáñez), Una casa respetable (2013, premio Juan Valera), La Fundación 2.1 (2014), Días para morir en el paraíso (2016) y Camino sin señalizar (2022).

Check Also

Rebelión de Nat Turner

Las confesiones de Nat Turner, de William Styron: un viaje inquietante a través de la conciencia y la rebelión

Basada en un hecho histórico real, el de la insurrección de Southampton en 1831, Las …

Deja una respuesta