Upton Sinclair y La jungla.

Upton Sinclair y La jungla

Leyendo La jungla (1906) me he acordado del excelente título de una crítica que Mario Vargas Llosa hizo a un libro de John Steinbeck: «Elogio de la mala novela». Es la frase exacta para definir La jungla: como novela, es decir, como libro basado en la ficción, es bastante deficiente, cuando no (en ocasiones) rematadamente mala y panfletaria, pero es tal la fuerza, la turbación, el interés y la pasión que transmite al lector su prosa desgarrada, que nos obliga a considerar esta novela como uno de los hitos más destacados de la narrativa del primer cuarto del siglo XX.

Su autor, el estadounidense Upton Sinclair (1878-1968) fue un hombre de inquietas ideas políticas, muy cercanas al socialismo, precisamente en un país que en aquellos momentos vivía bajo el imperio de un capitalismo salvaje. Sinclair utilizó descaradamente sus novelas como vehículo de transmisión de su ideología y de denuncia de las infrahumanas condiciones laborales que sufrían los obreros y de la cínica corrupción de las instituciones americanas. Es necesario advertir al posible lector esta circunstancia, puesto que si se adentra en el libro con el ánimo de distraerse, saldrá defraudado por completo.

La jungla es un libro durísimo, brutal y desmesurado. Puedo confesar que durante su lectura hubo momentos en que me costaba seguir adelante por el nudo en la garganta que me producía la historia, que no da tregua ni un solo minuto. Incluso me atrevería a decir que para mentes especialmente sensibles, la novela puede producir un cierto asco.

Upton Sinclair llama la jungla a la realidad social y económica que vivía Chicago a principios del siglo XX y finales del XIX. Es propio de la jungla que el poderoso se coma al débil, que no haya igualdad de oportunidades ni derechos, porque la ley natural es la ley del más fuerte.

Para mostrarnos semejante situación, Sinclair utiliza a un emigrante lituano, Jurgis Rudkus, que llega recién casado a Chicago, acompañado de una numerosa familia. Se instalan en el barrio obrero que hay alrededor de los mataderos, donde va a trabajar Jurgis. No tardarán en ser estafados: en un panfleto callejero descubren lo fácil que es adquirir una casa nueva; por el precio de un alquiler podrán ser propietarios de una vivienda, si no demasiado cómoda, sí al menos digna. Su ignorancia del inglés les hace firmar un contrato draconiano. Pero eso no es lo peor; lo malo es que a partir de ese momento todo lo que hagan , todo lo que ganen con su trabajo, estará destinado a devolver la hipoteca si no quieren verse desahuciados de inmediato. Como es fácil de comprender, hay cosas que no cambian con el tiempo, y no será ésta ni mucho menos la única situación que haya permanecido durante más de 100 años.

La vida de Jurgis y de su familia se basará exclusivamente en la lucha por la supervivencia. No hay momentos de ocio ni de alegría, porque continuamente se está pendiente de que, de un día para otro, te despidan del miserable trabajo que estás haciendo y te quedes literalmente en la calle. Y eso no es todo: las condiciones de trabajo son escalofriantes.

Lo mejor de la novela, sin duda, está en la descripción exacta, descarnada y estremecedora del funcionamiento de un matadero, desde que se introduce el animal vivo en las instalaciones hasta que resulta el más que dudoso producto etiquetado para consumo humano. Naturalmente hablamos de un matadero de su época, con las medidas higiénicas y sanitarias propias de un estercolero, y movido por la avidez de beneficios de sus propietarios. Son páginas y páginas de detalles apabullantes, a cuál más escandaloso, a cuál más inhumano. Hay momentos en los que hay que dejar de leer por la crudeza de las palabras y de las situaciones, como si estuviéramos ante un frío informe que no ahorrara imágenes desagradables por mor de la verdad.

Las penalidades y vicisitudes que sufren Jurgis y su familia no parecen tener fin. No creo que haya una sola escena de consuelo hasta cerca del final de la novela. El frío, el hambre, la soledad, la explotación, la necesidad y la muerte serán una constante que retorna sin cesar a la vida de esta familia y de los que son de su misma condición obrera. El escritor no muestra ningún tipo de piedad o ternura por sus personajes, que en sus manos se convierten en simples medios para justificar y explicar su ideología.

Y cuando creemos que el pobre Jurgis sucumbirá a la miseria más absoluta, Sinclair decide mostrarnos a través de él la otra cara de la moneda, la de los ricos propietarios, la de la policía corrupta, la de los políticos vendidos al dinero. Jurgis, un hombre en principio íntegro, colaborará por necesidad en sus repugnantes negocios y será un hilo más al servicio del poder.

Quien ahora, en el siglo XXI, lea esta novela, podrá parecerle sumamente tendenciosa, cosa que puede ser cierta, pero el gran interés que ofrece, por encima de otras novelas, aparte de la prodigiosa eficacia de su prosa, es que fue de las pocas que trataron los problemas de su época sin más apoyo que la verdad. La mejor prueba de que las intenciones del autor fueron lícitas es que el mismo año de publicación del libro, el presidente norteamericano Roosevelt inició una investigación para estudiar las condiciones higiénicas y laborales de los mataderos, que poco más tarde daría lugar a una legislación mucho más racional, humana y sanitaria en este sector económico.

Esta novela fue un best-seller nada más ser publicada, escandalizó a la opinión pública y sirvió para concienciar a la sociedad de que la búsqueda ansiosa de beneficios empresariales solo redundaba en un empobrecimiento del propio país y sus ciudadanos. Pocas veces una novela ha tenido mayor valor social que ésta, y todo ello gracias a la poderosa pluma de Upton Sinclair, que convierte en verosímil algo tan inconcebible y cruel como puede llegar a ser la pura realidad.

La jungla. Upton Sinclair. Capitán Swing Libros.

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Acerca de José Luis Alvarado

Dijo el sabio griego que nada es comunicable por el arte de la escritura; tras apurar la copa de seca cicuta, su discípulo dilecto lo traicionó y acaso lo perfeccionó transmitiendo por escrito sus irónicos conocimientos.Como antes hiciera Montaigne, pienso que la obra de un autor se prolonga y modifica cada vez que se escribe sobre ella. La memoria, que fue oral y minoritaria, ahora se multiplica con cada palabra que integra y justifica el continuo universo, también llamado la Red.

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