La llave. Junichiro Tanizaki

La llave, de Junichiro Tanizaki. Reseña de Cicutadry

Una de las características de cualquier obra maestra de la literatura es su multiplicidad de lecturas; La llave de Janichiro Tanizaki lo es, y además también es una obra maestra de un género tan denostado como la literatura erótica. En una época como la actual en la que el erotismo ha devenido en poco más que un ingrediente picante para aderezar novelas cursis de ínfima calidad, resulta importante destacar las virtudes de una narración como esta que nos ocupa para todos los amantes de este tipo de literatura.

La primera virtud de La llave es su intención de signo poético: la voluntad de Janichiro Tanizaki de crear una estructura formal y un tratamiento estilístico al margen de la fisicidad del tema, incorporando motivos sentimentales y psicológicos que explican el erotismo del relato; es decir, en este caso la sexualidad no constituye un fin en sí mismo.

La segunda virtud es la perspectiva netamente cultural del sexo. Podríamos pensar que el acto sexual (o como en el caso de esta novela, la fantasía sexual) es igual en todas partes, pero Tanizaki nos saca de este error con un alarde de inteligencia creadora.

Para entender esta perspectiva es conveniente acudir a la concepción oriental de la belleza y, en particular, a las propias palabras del escritor vertidas en su ensayo Elogio de la sombra:

En Occidente, el más poderoso aliado de la belleza fue siempre la luz; en la estética tradicional japonesa lo esencial está en captar el enigma de la sombra. Lo bello no es una sustancia en sí sino un juego de claroscuros producido por la yuxtaposición de las diferentes sustancias que va formando el juego sutil de las modulaciones de la sombra.

Tanizaki se apoya en esos contrastes de la cultura oriental para trazar una novela sinuosa, planteada desde las apariencias, las insinuaciones y los deseos más que desde los hechos.

Para empezar, sorprende su estructura: se trata de dos diarios, escritos por los dos miembros de un matrimonio cuya vida sexual es aburrida e incluso desagradable, pero cuyo ardor en la cama (particularmente de la esposa) es bien conocido por la pareja, sin que llegue nunca a materializarse.

Si en el sexo hay mucho de juego, la escritura del diario que inicia este viejo profesor es una clara apuesta para jugar con su esposa fuera del territorio conyugal de la cama: lo que relata es aquello que desearía que ella supiera y que no se atreve a plantear cara a cara para no ofender unas normas de moralidad y convivencia socialmente reguladas e implantadas en la conciencia de cada uno. En ese juego hay una semilla de corrupción, porque el profesor escribe el diario para que su esposa lo lea, y conozca de modo subrepticio sus deseos sexuales nunca satisfechos.

A ese territorio de sombra que plantea Tanizaki añade un nuevo claroscuro: Ikuko, la bella esposa, contesta a su marido escribiendo a su vez un diario en el que, sin embargo, cuenta tan solo su día a día, estrictamente lo que le ocurre, sin expresar la más mínima imaginación sexual. Su idea, al contrario que la de su esposo, es que éste no lea su diario cuando, al menos en apariencia, no oculta nada ni trata de enviarle ningún mensaje como hace él.

A esta pareja, Tanizaki añade solo dos personajes más: la hija de ambos, Toshiko, y un amigo de ésta, Kimura, un joven que visita con asiduidad la casa del matrimonio para cenar con ellos. Con una envidiable economía de medios, el escritor reúne a los cuatro alrededor de una mesa e introduce un Macguffin puro: una botella de coñac que lleva el muchacho por cortesía.

Acabada la cena, la esposa se entrega a la bebida y termina inconsciente y desnuda en una bañera, adonde se dirige para disipar en la medida de lo posible el sopor del alcohol. Lo que parece un acto involuntario consecuencia de una borrachera se convierte en una rutina, en una ceremonia: cada noche, el viejo profesor acude al baño, saca a su esposa de la bañera, la seca con una toalla y la acuesta desnuda en la cama, donde comienza un ritual voyeurista que lo excita sobremanera: por primera vez después de muchos años de matrimonio, puede ver con detenimiento cada centímetro del cuerpo de su esposa, disfrutar de su belleza, explayarse en su fetichismo por los pies, penetrarla finalmente mientras ella responde a sus deseos desde su delirio alcohólico.

Al voyeurismo pronto se le añade otra fantasía sexual del marido: el candaulismo, esto es, la infidelidad consentida. En un momento dado, el joven Kimura le habla al profesor de la invención de una máquina fotográfica, la Polaroid, que permite sacar fotos sin necesidad de llevar a revelarlas ante ojos ajenos. Después de sacar algunas instantáneas que no terminan de gustarle, el profesor, movido por sus deseos ocultos y por la necesidad de extraer la imagen perfecta de la belleza de su esposa, pide al joven Kimura que sea él el que revele las fotografías. De esta forma, ofrece la desnudez de su mujer a otro hombre que –sabe- se siente atraído por ella.

A ojos del maduro profesor, Kimura además representa el vigor sexual del que él carece. De alguna forma, el esposo entrega por amor a su bella esposa a un joven para que despierte en ella el deseo que él no le puede procurar. Lo que no sabe es si logra su objetivo puesto que Ikuko entra en el juego de los diarios cruzados sin darle ninguna pista a su marido, si es que esa es su intención.

Y es en esta parte donde la novela descubre su verdadera concepción literaria: no queda claro, a lo largo del relato que cada uno lea el diario del otro. Sí queda claro que escriben cada uno para el otro, pero no que cada uno haya leído el del otro. La duda subsiste en el lector, que permanece en la sombra casi hasta el final. No es que quede en un segundo plano la parte erótica de la narración, sino todo lo contrario: se refuerza, porque ese juego de seducción entre marido y mujer a través de las palabras trasciende lo meramente sexual.

Las obras maestras como La llave se construyen escena a escena. Nada se deja al azar. El relato va derivando hacia un final sorprendente, porque nada de lo anterior ha sido gratuito; no se levanta un monumento literario de esta envergadura para cerrarlo de cualquier manera: Tanizaki deja las suficientes zonas de sombra, de incertidumbre, para que el lector necesite recomponer esta historia admirablemente escrita.

La llave. Junichiro Tanizaki. Siruela.

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4/5 - (1 voto)

Acerca de José Luis Alvarado

Dijo el sabio griego que nada es comunicable por el arte de la escritura; tras apurar la copa de seca cicuta, su discípulo dilecto lo traicionó y acaso lo perfeccionó transmitiendo por escrito sus irónicos conocimientos.Como antes hiciera Montaigne, pienso que la obra de un autor se prolonga y modifica cada vez que se escribe sobre ella. La memoria, que fue oral y minoritaria, ahora se multiplica con cada palabra que integra y justifica el continuo universo, también llamado la Red.

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