La perla. John Steinbeck: El fatalismo de los pobres

La perla.John Steinbeck. Reseña de cicutadry

Leer a John Steinbeck es mantener un nudo en la garganta durante toda la duración de la lectura. Tal vez su estilo no sea el más preciosista ni las estructuras de sus novelas mantengan un edificio narrativo férreo, pero ha habido pocos escritores tan viscerales como él. Quien haya leído Las uvas de la ira o Al este del Edén comprenderá que la poética de Steinbeck pasaba por remover las emociones del lector. Si esto ocurría en sus obras de mayor calado, en la breve novela La perla llevó la concentración emocional hasta el extremo.

Un escritor social

A nadie se le escapa que John Steinbeck fue un escritor reivindicativo y profundamente social en un momento en el que en los Estados Unidos consolidaban su dominio económico y cultural a nivel mundial. De ahí nace la fuerza de sus historias.

Con un inmenso talento para dejar al aire las miserias de la civilización americana, sus libros tienen ese encanto de lo perdurable, puesto que la injusticia fue, es y será la gran roca sobre la que se estrella una y otra vez el ser humano.

Una declaración de intenciones

La perla trata la historia de un pescador, su mujer y su hijo pequeño, acuciados por la miseria en una aldea, que encuentra la perla más hermosa jamás pescada. Naturalmente, esta grandiosa perla es un símbolo trágico que condensa toda una filosofía de la existencia.

Como decíamos, John Steinbeck no le hacía ascos a que se viera la tramoya de sus historias, puesto que lo suyo eran las emociones, de manera que esta corta novela comienza con un breve prólogo del autor que es toda una declaración de intenciones:

En el pueblo se cuenta la historia de la Gran Perla del Mundo, de cómo fue encontrada y de cómo volvió a perderse. Se habla de Kino, el pescador, y de su esposa, Juana, y del bebé, Coyotito. Y como la historia ha sido contada tan a menudo, ha echado raíces en la mente de todos. Y, como todas las historias que se narran muchas veces y que están en los corazones de las gentes, sólo tiene cosas buenas y malas, y cosas negras y blancas, y cosas virtuosas y malignas, y nada intermedio.

Si esta historia es una parábola, tal vez cada uno le atribuya un sentido particular y lea en ella su propia vida. En cualquier caso, dicen en el pueblo que…

Cosas negras y blancas, y nada intermedio

El lector advertirá que Steinbeck no lo va a engañar: no existe ningún matiz de grises en su narración, como en general tampoco existe en sus novelas más famosas. El destino de los hombres está escrito por otros hombres, y en el caso de la gente pobre, su destino ni siquiera está escrito porque no lo tienen: viven al albur de las circunstancias.

Que al pequeño Coyotito le pique un escorpión en su miserable casucha mientras duerme, no es extraño. Esas cosas no pasan en otras casas, por ejemplo, en la gran vivienda del médico que se niega a salvarle la vida porque su padre no tiene dinero para pagar sus honorarios.

El albur es así: un día tu hijo cae envenenado por la picadura de un escorpión y al otro encuentras una espectacular perla como jamás se ha visto otra. Para la gente pobre, para la que vive al día, las cosas son así: no hay nada previsible salvo su inexpugnable precariedad.

Una palmada en el hombro dada por Dios

Cuando no se puede creer en los hombres, se termina creyendo en cualquier cosa. Así lo advierte Steinbeck en un breve párrafo de La perla:

Pero las perlas eran accidentes, y hallar una era una suerte, una palmada en el hombro dada por Dios, o por los dioses, o por todos ellos.

Steinbeck nunca tuvo ningún empacho en incluir en sus textos reflexiones al margen de la pura narración que, a su entender, enriquecían la comprensión de la historia. En este caso, como un diosecillo en forma de escritor quiso poner a su protagonista Kino junto a una ostra que poseía en su interior algo inimaginable para que pudiera degustar y sufrir todo lo imaginable que puede degustar y sufrir el ser humano.

El negro destilado de la esencia del hombre

Naturalmente, y en ese sentido Steinbeck fue un escritor hiperrealista, pone a su protagonista en el punto de mira de todas las miserias humanas. La perla encontrada, en realidad, no le pertenece a él, sino a todo el pueblo, que la ambiciona, la envidia, la desea, la necesita; la pone bajo la mirada del médico, que se apronta a paliar la hinchazón en la carne de Coyotito; la pone en el prisma interesado de la sociedad capitalista, en esos muchos tasadores de perlas que (sin que los buscadores que sepan) pertenecen a un único amo, a un hombre de cuya existencia nada sabe pero que cuida de que el valor de las perlas compradas sea siempre el más bajo posible.

Ese destilado negro también llega a la mente de Kino, cuya ambición no es menor que la de sus congéneres: desea salir de la pobreza, sí, pero también desea todo aquello que le fue negado desde la cuna, desde una buena educación para su hijo hasta una casa digna para vivir.

Steinbeck no se anda con rodeos: el dinero, la posesión de algo preciado, corrompe, y corrompe hasta el alma más humilde que por un momento olvida que tan solo ha recibido un regalo de los dioses, sin intervención alguna de su trabajo o su talento.

Las encantadoras trampas de Steinbeck

El autor norteamericano mantiene durante toda la novela un aire entre fábula y realidad que dota a esta narración de ese aura sobrecogedora que ha cautivado a los lectores desde su publicación.

Kino sabía que a los dioses no les gusta los planes de los hombres, y a los dioses no les gusta el éxito, a menos que se lo obtenga por accidente. Sabía que los dioses se vengan del hombre cuando éste triunfa por su propio esfuerzo. En consecuencia, Kino temía a los planes pero, habiendo hecho uno, nunca lo destruiría. Y, para repeler el ataque, Kino se estaba haciendo ya un resistente caparazón que le aislase del mundo. Sus ojos y su mente exploraban el peligro antes de que apareciera.

Lean detenidamente este párrafo, tan propio de Steinbeck, y después reléanlo cambiando la palabra dioses por la palabra poderosos, por ejemplo; o peor aún: por la expresión el prójimo.

La perla es una novela con trampa: hace pasar la realidad por fábula, la vida humana por metáfora. Naturalmente, es una trampa perdonable porque hay cosas que no se pueden ni siquiera contar con palabras porque forman parte del legado más oscuro de la humanidad.

El fatalismo de los miserables

Los acontecimientos que siguen a la aparición de la perla forman parte de ese fatalismo propio de quien no está acostumbrado a poseer nada de valor.

Steinbeck es muy consciente que el hallazgo y la suerte de Kino serían muy distintas si hubiera recaído en una persona de otra condición social: el pobre está rodeado de pobres tan necesitados como él, y cuando intentan superar esa pobreza entran en otra escala inaccesible para ellos. Se encuentran encerrados en su propia circunstancia.

De ahí ese fatalismo que exhala esta novela desde sus primeras páginas. De ahí todo lo que ocurre después. El pesimismo de Steinbeck es superlativo y lo que trata de hacer con su literatura no es más que lo que exponer lo que Hobbes sostuvo en El Leviatán: “El hombre es un lobo para el hombre”. Hobbes, en 1651, a su vez copió esta frase del drama de Plauto Asinaria, literalmente, la Comedia de los Asnos, escrita en el 206 a.C. Las verdades, las auténticas y puras verdades, se mantienen a lo largo de la Historia.

Con estos antecedentes, solo podemos concluir que La perla es una novela que bebe de las mismas fuentes de la condición imperturbable del ser humano, y que a pesar de su didactismo, de su fatalismo, de su (supuesta) poco sutileza narrativa, es una obra necesaria y fundamental en cualquier época y para cualquier lector, sea de la condición que sea.

La perla. John Steinbeck. Edhasa

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Acerca de José Luis Alvarado

Dijo el sabio griego que nada es comunicable por el arte de la escritura; tras apurar la copa de seca cicuta, su discípulo dilecto lo traicionó y acaso lo perfeccionó transmitiendo por escrito sus irónicos conocimientos.Como antes hiciera Montaigne, pienso que la obra de un autor se prolonga y modifica cada vez que se escribe sobre ella. La memoria, que fue oral y minoritaria, ahora se multiplica con cada palabra que integra y justifica el continuo universo, también llamado la Red.

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