La vida resguardada. Ellen Glasgow: El fingimiento involuntario

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El tiempo cambia muy deprisa y los hombres cambian muy despacio. Se aferran a un mundo plagado de pequeños convencionalismos que consideran el último reducto de la belleza, porque ese ha sido su mundo, el único que han podido vivir, el único que da sentido a sus vidas. Ellen Glasgow (1873-1945) vivió en un mundo veloz, violento y salvaje, conoció el placentero discurrir de los días del siglo XIX y también las agitadas corrientes de principios de los XX, y supo reflejar como nadie en una novela ese cambio feroz y desgarrador. La vida resguardada (1932) obedece a una responsable sensibilidad sobre el cambio de los tiempos, materializada en la vida de dos familias del Sur americano que tratan de preservarse de los nuevos vientos que corren en la sociedad hasta el punto de ovillarse en unas vidas que son solo el pálido reflejo de lo que podrían haber sido y no son. Es la vida fingida, ese hábito consolidado de no querer ser uno mismo, que se convierte en tragedia con el paso de los días.

La vida resguardada es una novela con trampa: aparentemente, cuenta la historia de una niña, convertida con el tiempo en adolescente, que se enamora del marido de una de sus mejores amigas, vecina bella y sensible, que enfermará por no encontrar su sitio en el mundo, víctima de su propio fingimiento. Sin embargo, conforme avanza la novela se desplegarán las pequeñas vicisitudes de una comunidad de personajes inolvidables, cada una con sus peculiares problemas, sus mínimos resentimientos, cuyas conductas entrecruzadas dirigirán la acción hacia la tragedia. Posiblemente, el personaje menos interesante -aun siendo fascinante- de la novela sea la propia niña, Jenny Blair, que servirá empero de hilo conductor de una trama que se complica inteligentemente para demostrar que no estamos solos en el mundo, que cada uno de nuestros gestos implica un cambio en la vida de los demás.

Tres generaciones vivirán en la misma casa, y cada una de ellas mostrará una forma distinta de entender la vida: el octogenario abuelo, personaje central e impresionante, que representa una mirada acariciadora sobre el pasado como algo que inevitablemente no volverá; la madre, una mujer viuda, conservadora y sin vida propia, y las tías de la protagonista, una de ellas bella y extravertida, que conseguirá pronto encontrar un marido que dé sustento a su vida; la otra fea y tímida, condenada a la categoría de solterona, amargada, resentida, enferma de soledad. Y por último la adolescente, soñadora, con un futuro por delante que arrastra las reminiscencias del pasado, pues sólo piensa encontrar a un hombre con el que compartir su vida, pero (y ahí se encuentra el signo de los tiempos) será un hombre casado, un hombre imposible de conseguir con las normas aún impuestas por la sociedad de su época.

Y junto a ellos, la pareja vecina que también vive en esa isla resguardada del pasado, él un hombre abocado a vivir una vida disipada, enamoradizo, canalla, preocupado tan sólo de la caza y de los placeres mundanos; ella, una belleza que tiene que vivir los frecuentes devaneos de su marido con la callada entrega que se espera de una mujer de su época, resignada a compartir sus días con el supuesto amor de su vida, impregnada de un romanticismo impuesto que no tiene respuesta.

Mientras viven y sufren en su cerrado mundo, la vida en el exterior se va desarrollando de una manera muy distinta. Ellen Glasgow, con una elegancia inusitada, va desarmando pieza a pieza todas esas convenciones del pasado, y lo que podría haber sido una buena novela romántica se convierte en una despiadada sátira de las costumbres arraigadas.

No hay valor en el pasado porque su moneda se devalúa fácilmente, se desgasta con el paso de los años. Quizá la única mirada inteligente que advertimos en la novela sea la del abuelo, que vivió otra época pero no la observa como algo floreciente e inolvidable, sino como algo que pasó, que sustentó sus días, pero ante la cual sólo cabe la reflexión, extraer de ella lo valioso y nada más.

Los demás personajes, con sus idas y venidas, sólo darán vueltas sobre sí mismos, incapaces de salir de ese círculo de certidumbres rancias que para nada les valen en su acontecer diario. La vida resguardada es una feroz novela sobre la importancia del presente, sobre los peligros del aislamiento, sobre las desastrosas consecuencias de soñar con el pasado.

Ellen Glasgow no esquiva el análisis certero de las costumbres anticuadas, y hay muchas frases en el texto que son sentencias propias de un libro de citas célebres. Aunque, sobre el análisis de una época ya vencida, se impone la literatura, la buena literatura, el buen gusto, la redondez de los personajes, que cobran vida propia en mínimos gestos, en ese opresivo mundo en que se encuentran. Salvo el abuelo, no hay un solo personaje que se salve de la mirada crítica de Ellen Glasgow: quien renuncia al presente debe estar también dispuesto a renunciar a la vida misma. El trágico final, consecuencia lógica de los actos que hemos ido asimilando en la novela, impide sacar cualquier conclusión moralista sobre el texto. No hay una lección que extraer del libro: todo él exhibe un aire retador que una lectura atenta sabrá descubrir para sorpresa del lector.

La vida resguardada. Ellen Glasgow. Espasa.

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El destino de Ellen Glasgow vino marcado por su año de nacimiento, 1873, y su ciudad natal, Richmond, a la sazón capital de la Confederación durante la guerra civil. Sus padres tampoco escapan de ser forjadores de su destino: su madre procedía de una familia aristocrática inglesa mientras que su padre, de fuertes convicciones presbiterianas, provenía de Escocia e Irlanda.

La época de juventud de Ellen Glasgow coincide con el surgimiento de la etapa industrial que en el Sur de Estados Unidos tendrá unas características propias en cuanto a contraste entre el ideal tradicionalista sureño y la moderna sociedad burguesa. Dividida entre la rebeldía contra los principios moralistas de su padre -al cual, por lo demás, admiraba- y un humanismo individualista muy influido por autores como Spencer, Huxley, Nietzsche y, sobre todo, Ibsen, reflejó en su obra esa incertidumbre entre lo empírico y lo ideal propia de épocas en conflicto.

Junto a Edith Wharton y Willa Cather, formó parte de un exquisito grupo de escritoras cuyas ideas acerca del papel de la mujer en la sociedad no ayudaron precisamente a la difusión de su obra. Fueron autoras incómodas en un mundo reservado al protagonismo masculino y si bien Ellen Glasgow fue la escritora más conocida de las tres, curiosamente su obra terminó siendo más aceptada por su visión compasiva respecto a las debilidades humanas, procedan de hombres o mujeres, que por la sutil reivindicación del papel femenino en sus novelas, que posiblemente pasó casi desapercibido. 

Es de lamentar que en España, con su proverbial ceguera editorial, sólo se haya traducido esta novela reseñada, puesto que la obra de Ellen Glasgow contiene una delicada pero firme denuncia de las trampas en las que fueron cayendo las mujeres a lo largo de décadas en las que les hubiera correspondido una importancia social que, desgraciadamente, no existió.

Lo que de novedoso tiene Ellen Glasgow está en la revelación de una de las más estúpidas ideas-trampa inculcadas en la cultura de su época: la importancia del amor romántico; naturalmente, para las mujeres. En algunas de sus novelas, los personajes femeninos sólo tienen en mente encontrar al marido perfecto y ser buenas esposas, idea inculcada desde la infancia. Por supuesto, la relación matrimonial no cumplía esas absurdas expectativas, lo que confinaba a la mujer al papel de resignada sufridora, preguntándose a cada momento qué había hecho mal para que ese amor romántico dejara de existir.

Su mirada compasiva y fraternal puede verse en una novela como The Battle-Ground, escrita en 1902, por su inteligente argumento en el que la Guerra Civil se presenta como un disparate que divide a compatriotas, sin distinguir a los protagonistas de uno u otro bando, sin tomar partido por unos ideales que a la escritora les parece caducos y malintencionados. Me refiero precisamente a esta novela porque en ese mismo año 1902, triunfaba una novela escrita por Thomas Dixon titulada The Leopard’s spots, que se inicia con una glorificación sin ambages del Ku Klux Klan hasta el final, en el que es linchado un negro. No eran buenos tiempos para reivindicaciones de confraternidad.

Por este motivo, y por muchos otros estrictamente literarios, admiramos a escritoras como Ellen Glasgow, que a su calidad narrativa unía un hermoso propósito en unos tiempos de cambio en los que las personas públicas tomaban claro partido por los que sufren.

 

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Acerca de José Luis Alvarado

Dijo el sabio griego que nada es comunicable por el arte de la escritura; tras apurar la copa de seca cicuta, su discípulo dilecto lo traicionó y acaso lo perfeccionó transmitiendo por escrito sus irónicos conocimientos.Como antes hiciera Montaigne, pienso que la obra de un autor se prolonga y modifica cada vez que se escribe sobre ella. La memoria, que fue oral y minoritaria, ahora se multiplica con cada palabra que integra y justifica el continuo universo, también llamado la Red.

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