Lo que la ceja levantada me dejó

viento

1986.
 
En casa de mis abuelos, sólo se hablaba de esto. Televisión española iba a emitir el film de Victor Flemming. Y aún sin saber por qué, ya era fan de Escarlata. Un revuelo mediático se vislumbraba en la época en la que ver una película en casa era un extraño privilegio. Ni siquiera teníamos un reproductor de video y escoger lo que se quería ver, era ciencia ficción. Y así era, Rhett Butler estaba a punto de asomar su lúbrica media sonrisa por la pantalla de un televisor que todavía era neófito en el salón.
 
Mitómano desde la cuna -parece ser- yo me encontraba entusiasmado y expectante. Con cinco años, me iba a tragar “Lo que el viento se llevó”.

-Pero el enano tendrá que acostarse!
-Déjale, si no va a aguantar ni diez minutos.

Y así, toda la familia estuvimos pendientes de los míticos 222 minutos de la película por antonomasia de la historia del cine.
 
Desde entonces, aún siendo consciente de que probablemente me mantuviera despierto por los comentarios que lanzaban a la tele mis familiares, o simplemente embelesado ante el festival de cancanes y miriñaques, o los colores inauditos de un technicolor que asemejaba la realidad a los dibujos animados, me he considerado un defensor a ultranza de la monumental película de la MGM.
 
Lo que el viento se llevó” es para mí, ante todo, el esplendor y la magistralidad de aunar en un solo producto, el abanico al completo de lo que el cine podría llegar a ofrecer a un público (nunca jamás debe olvidarse que se filmó en 1939) que aún no había sido testigo del gran espectáculo que podría llegar a ver en una pantalla. Para quien dudara, ahí estaba, mediante el pago de una entrada de cine, el catálogo al completo del mayor espectáculo nunca antes
filmado.
 
Pero también es el punto de inflexión en el que el cine toma autoconciencia de lo que puede llegar a ser, histórica y sociológicamente. La taquilla que ha acumulado el filme desde su estreno, asciende a los 195 millones de dólares, cifra irrisoria si se tienen en cuenta los desorbitados números que conocemos hoy en día. Sin embargo, en términos de inflación, teniendo en cuenta el cambio que el valor del dinero ha sufrido desde su estreno, la taquilla recaudada por la epopeya de la O’Hara, triplicaría los ingresos de aquella que ostenta el récord histórico –film que me niego a mencionar-
 
Aún es más. Teniendo en cuenta que la población mundial se ha incrementado en unos 5000 millones de personas en el mundo y que el acceso a cines en todo el planeta se ha multiplicado hasta el infinito desde los años 30, resulta realmente relevante que la historia de las desventuras amorosas de Escarlata ostente semejante posición en el pódium de honor.
 
Cifras aparte, partiendo de la novela homónima de Margarett Mitchell (una curiosidad, la autora ganadora del Pulitzer, comenzó a escribir su mítica obra debido a que se encontraba incapacitada en casa y había terminado con todos los libros que su marido le trajo de la biblioteca, momento en el que éste, le animó a que se dedicara a su propia novela) Sidney Howard tomó las más de 1000 páginas del original y construyó el férreo esqueleto de lo que sería la película, consolidando lo que, a mi parecer es el grandísimo logro del filme: presentar un relato que dura casi cuatro horas y que no aburre en ningún momento al espectador.
 
Gracias a una utilización de máxima precisión a la hora de la elipsis, Howard (con David O. Selznick apostillándole y colándole frases que se han convertido en referencia ineludible de la historia del cine y, según reza la leyenda, un equipo de quince co-guionistas) construye un argumento alambicado y de enorme riqueza narrativa, dando como resultado una máquina perfecta de la manipulación sentimental y a la vez, el pie de lo que sería el inicio de la megalomanía más absoluta, el pistoletazo de salida a la carrera por el efectismo en la gran pantalla.
 
Todo en “Lo que el viento se llevó” está incluido para glorificación de un producto cinematográfico de características colosales. Desde la música, a los efectos especiales (para los que no se dudó en quemar los decorados de la producción de King Kong), la fotografía y el uso (más que costoso y por entonces todavía no demasiado bien acogido, recordemos que el mismísimo Walt Disney hipotecó su estudio para darle color a Blancanieves apenas dos años antes) del technicolor, sin el cual, los atardeceres en Tara no hubieran reflejado a la perfección el estado de ánimo de la protagonista, los vestidos de las damas del Viejo Sur no se hubieran escapado de la pantalla ni la sangre de los Confederados hubiera sido nunca tan roja.
 
Pero ante tanta magnificencia, ¿qué es lo que en definitiva convierte en mítica a la película?
 
Este que suscribe, enfrentado fríamente a un folletín de dimensiones titánicas, el órdago a la grande de la telenovela, inclina su cabeza y realiza una reverencia de admiración ante el abanico de personajes que se suceden a lo largo de sus cuatro horas. Personajes brillantemente interpretados por todos los que tuvieron el privilegio de formar parte del film, una baraja de ases que dieron vida a caracteres llenos de matices e infinidad de lecturas, pero, sobre todo, un puñado de actores y actrices (más ellas que ellos, todo sea dicho) que son capaces de hacernos ver una evolución del personaje alambicada y milimétrica.
 
Hablar de todos ellos, sería agotador, por ello, permítaseme la licencia y juguemos a realizar el “top five” de las chicas del viejo sur.
 
-Tía “Pittypat” Hamilton (interpretada por Laura Hope Crews), en cuya casa Escarlata se hospedará cuando viaja a Atlanta con el fin de perseguir a su siempre ansiado y petulante Ashley Wilkes. Es este uno de los contrapuntos más divertidos y acertados de todo el metraje, introduciendo un personaje rico en comicidad que parece sacado del más puro “slapstick” de Chaplin, con sus constantes desmayos y su caricaturesca apariencia.
 
-Belle Watling (interpretada por Ona Munson), uno de los primeros personajes “robaplanos” de la historia del cine. La meretriz confidente de Rhett que vive de espaldas a la sociedad mojigata e impostada de Atlanta. Con apenas cinco apariciones en todo el metraje, brilla con luz anaranjada gracias a una melena que ya podría envidiar la Milla Jovovich de “El quinto elemento”).
 
-Melania Hamilton (interpretada por Olivia de Havilland). Palabras mayores. He aquí uno de los papeles más codiciados del Hollywood clásico. El pastel de inalcanzable sabor que se expone en el escaparate de la mejor confitería del universo del reparto de roles. La siempre perfecta y adecuada Melania vio en los refinados amaneramientos de Havilland una composición excepcional, auténtica filigrana de contrapuntos y sutilezas que Olivia llevó a cabo componiendo una interpretación exquisita. Ante Melania, resulta infinitamente más interesante ser testigo de sus requiebros y comportamientos poco decorosos cuando parece que estamos siendo testigos del carácter más pusilánime nunca antes interpretado, ejemplos, cuando enferma y en camisón aparece en las escaleras de una Tara desolada por la guerra, blandiendo el sable de su hermano muerto; su nada decorosa relación con Belle Watling, su incondicional y devota relación con la protagonista…
 
-Mammy (interpretada por Hattie MacDaniel), el ama de Escarlata. Sin duda alguna, la rúbrica perfecta ante el talante caprichoso y enfermizo de Escarlata. La fiel esclava que pone los puntos sobre las íes a la protagonista, le riñe y le grita sin complacencia. A fuerza de insultos, llegará a colarse incluso en el corazón de Rhett Butler.
 
El hito. Hattie MacDaniel fue la primera mujer negra que obtuvo el Oscar ® de la historia, lo ganó como mejor actriz secundaria y, como todos sabemos, tuvo que pedir un permiso especial para ir a recogerlo precisamente por ser de color.
 
Es ineludible, a la hora de hablar de este film que estamos tratando, hablar de la polémica que ha suscitado siempre, dado que en muchas ocasiones se ha hablado de ella como una película que hace apología de la esclavitud y que resulta vejatoria para los ciudadanos afroamericanos. Obviamente, resultaría ridículo cuestionar la realidad de la historia de los Estados Unidos, por lo que, ante el tratamiento de la esclavitud que se da en la película, quizá resulte relevante el pensar que el único personaje que aparece en el filme y cuya moralidad es absolutamente intachable es, sin duda alguna, Mammy.
 
-Finalmente, como no podía ser de otra manera, siempre ocupará el oro, Escarlata O’Hara (interpretada por Vivien Leigh).
 
Probablemente el mejor personaje nunca escrito para una actriz.
 
Escarlata es la mujer más mala, así, a secas, que se ha encumbrado como protagonista y que se ha adorado desde su nacimiento. Egoísta, consentida, inmoral, escéptica, sibilina, falsa, traidora. Pero ante todo, perseverante. Sin Escarlata y su obsesión por Tara y por Ashley, no habría “Lo que el viento se llevó
 
Escarlata es la genialidad de supeditar la guerra civil americana a los caprichos de un personaje que sólo quiere ser correspondida, no por amor, siquiera, sino por simple desquite al haber recibido calabazas.
 
Y Vivien Leigh brilla más que nadie en la pantalla, ya sea enfundada en los más suntuosos vestidos (de Walter Plunkett) o en los más piojosos harapos, capaz de soportar sobre sus hombros el peso de cuatro horas en los que raro es el minuto en el que no salga ella. Vivien Leigh es capaz de meter en su piel a la más despreciable criatura nunca escrita y hacer que se convierta en uno de los personajes más queridos por el público de la historia.
 
Porque Escarlata es, en definitiva, los Estados Unidos, egoísta incansable, sin vergüenza ninguna y capaz de resurgir de la nada enfundada en un vestido hecho de cortinas de terciopelo verde dispuesta a reconquistar su imperio de opulencia.
 
Y sí, después de todo esto, no se puede teminar un elogio de semejante hito sin decir dos cosas:
 
Una: probablemente, será una de las películas con más detractores de la historia.
 
Y dos: dejemos a Rhett Butler contestar: “Frankly my dear, I dont give a damn”.
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