Los monederos falsos. André Gide: Caminos en el mar

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En literatura, el tema de la adolescencia vista desde fuera, es decir, desde la consciencia de una época tumultuosa de la vida con unas características poco definitorias, ha sido pocas veces tratado con profundidad y acierto, quizás porque supone la creación de unos personajes a fuerza vacilantes y poco consistentes, faltos de atractivo para el lector adulto. André Gide (1869-1951), que fue un escritor extremadamente inteligente, aplicó su lupa esclarecedora para abordar el fluctuante tema del paso de la adolescencia a la juventud en Los monederos falsos (1925), y lo hizo con una intención totalizadora, como un muestrario explicativo y completo de las distintas facetas que existen en esa difícil época de la vida, donde todos son caminos en el mar.

El resultado es espectacular. Los monederos falsos es una obra maestra, muy compleja, atractiva en todas sus páginas que aportan un interés creciente conforme se avanza en su lectura, escrita de manera que una situación lleva a otra, que las relaciones se entrecruzan, se envenenan y complican a lo largo de la trama, con una profundidad de los personajes realmente envidiable, personajes llenos de vida y carnalidad, sobre los que no nos resulta difícil identificarnos los adolescentes que todos hemos sido.

La historia es muy complicada de resumir, porque se teje como una poderosa y perfecta red en la que todo está relacionado con todo, resultando que el conjunto es mayor que la suma de las partes. Para complicarla aún más, la historia está contada desde distintos puntos de vista: aunque en principio parece que la novela está escrita en tercera persona, pronto aparecerá un elemento perturbador y complementario, el diario de un escritor, Edouard, personaje central de la novela. Éste, a su vez, está escribiendo una novela, que precisamente se llama Los monederos falsos y que trata de los mismos temas que estamos leyendo en la novela que tenemos entre manos. Para completar el conjunto, la tercera persona no es omnisciente, sino que tiene sus dudas acerca del comportamiento de los personajes, como si éstos se les hubiera escapado de las manos al autor, que habla sobre ellos, se enfada, los amonesta, se sorprende de sus actos, trata de encontrar una explicación a sus acciones.

Al principio, seguimos los pasos de Bernard, un adolescente airado que acaba de descubrir que es hijo bastardo, lo que le servirá como excusa para abandonar su familia y su casa, donde no se siente a gusto. Es un muchacho irreflexivo, lo que se demuestra en que saldrá con lo puesto, sin dinero, a la ventura que le quiera deparar el azar, y solo un golpe de suerte hará que se cruce en el camino del escritor Edouard, del que pasa a ser secretario, más por la atracción sexual que ejerce sobre el escritor que porque sea necesario su trabajo. Bernard es el rebelde sin causa, que busca su identidad contra las reglas que le impone su entorno. Piensa en una nueva regla de vida, cuya fórmula sería, «si tú no lo haces, ¿quién lo hará» y sueña con lograr grandes cosas, aunque no sabe cuáles. Ha leído demasiado, ha retenido demasiado y ha aprendido mucho más de los libros que de la vida. Es el adolescente que volverá al redil cuando comprenda lo poco que tiene que ofrecerle su experiencia.

Olivier, su amigo, será por contra mucho más reflexivo y, en todo caso, más sentimental. Es el adolescente que desea que lo quieran, ser necesitado. Su ideal es trabajar con su tío, el escritor Edouard, sentirse mimado por él, encontrar quizás a través de su personalidad, su propia identidad sexual, que no tiene clara. Olivier crecerá al abrigo de los demás, de las personas que más admira. Necesita a alguien a quien emular para encontrar su camino.

Sin embargo, su hermano mayor Vincent representa el joven sensual, irresponsable y calavera, que piensa que todo el mundo tiene que estar a sus pies. Ha dejado embarazada a una mujer casada, a la cual rechaza, para ir a encontrarse en los brazos de una mujer madura, independiente, rica y caprichosa, que lo toma como un gigoló. Vincent cree que ha encontrado el camino de su vida, el de la holgazanería y la facilidad, y no sabe que solo la suerte podrá mantenerlo en esa cómoda posición.

Su hermano menor, Georges, será el adolescente más complicado, puesto que pertenece a una banda de delincuentes que se toma la vida como un juego. Entre sus actividades está la de organizar orgías, acosar en la escuela a los débiles hasta la humillación o traficar con monedas falsas. Todo es fácil para él. Sus padres no saben nada de sus peligrosas actividades, y además lo tutelan y lo miman, convirtiéndolo en un monstruo. Es la cara más amarga de la adolescencia, su lado más oscuro.

Sobrevolando sobre todos ellos, como un tutor que los cuida y los relaciona, está el escritor Edouard, un hombre generoso, tremendamente atraído por la juventud. Quiere escribir una novela cuyo argumento sea la lucha entre lo que la realidad brinda y lo que el escritor pretende hacer de ella. De esta manera, Edouard se acerca al tema de la adolescencia, esa eterna lucha entre la realidad y el deseo, entre la impostura y la identidad.

Los monederos falsos es una terrible historia contra las familias, la educación, los amores más o menos tóxicos, los matrimonios falsos y las monedas auténticas o falsificadas que son esas personas que nadan entre dos aguas, que no se sabe si son verdaderas o esconden en su interior una máscara con la que tratan de sobrevivir en la vida, a pesar de engañarse a sí mismos y, sobre todo, a los demás.

Los monederos falsos. André Gide. Alba Editorial.

Otras obras reseñadas de André Gide:

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El inmoralista (1902)


022c.la-puerta-estrecha
La puerta estrecha (1909)

A pesar de la alta calidad de su prosa, André Gide, es actualmente un autor desconocido para el gran público. Acaso para llamar la atención sobre la inteligencia de este escritor, agregamos un enlace con sus algunas de sus frases más célebres.

Igualmente, y aunque sea por el recuerdo de sus imágenes y de la fama de la que gozó en vida, ofrecemos este breve documental sobre su biografía y su obra, relatado por el escritor y político peruano Luis Alberto Sánchez:

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Acerca de José Luis Alvarado

Dijo el sabio griego que nada es comunicable por el arte de la escritura; tras apurar la copa de seca cicuta, su discípulo dilecto lo traicionó y acaso lo perfeccionó transmitiendo por escrito sus irónicos conocimientos.Como antes hiciera Montaigne, pienso que la obra de un autor se prolonga y modifica cada vez que se escribe sobre ella. La memoria, que fue oral y minoritaria, ahora se multiplica con cada palabra que integra y justifica el continuo universo, también llamado la Red.

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