Los otros argentinos: Marcelo Birmajer

Marcelo Birmajer pertenece a esa generación de escritores que ha tenido la mala suerte de nacer en un país en el que parece que ya no nacen escritores, porque hay suficientes con los que aportaron en su momento. Marcelo Birmajer es argentino y buen escritor. Argentino como Cortázar, como Borges, como Sábato o Mujica Láinez. Buen escritor como todos ellos y como muchos más que ha dado ese país posteriormente (y también con anterioridad) y que no entraron en el sorteo de esa etiqueta llamada Boom de la narrativa hispanoamericana, algunos de ellos porque por entonces ni siquiera habían nacido. Tampoco tiene padrinos en forma de críticos feroces que lo eleven por las nubes en las páginas culturales de los periódicos españoles, con o sin razón, como les ocurre a Ricardo Piglia o a César Aira.

Marcelo Birmajer posee como credenciales una fluidez narrativa encomiable y un humor inteligente que, incomprensiblemente, no suele ser una llave que abra mucho interés entre lectores y críticos. Por lo demás, siendo natural de Argentina, o de Sudamérica en general, parece exigírsele un plus en los temas narrados, de manera que he comprobado con el tiempo que los sudamericanos que han penetrado en el mercado español, salvo contadas excepciones, lo han hecho con novelas o narraciones del tipo que yo llamo “artefactos”, y que precisaría una muy poco interesante entrada en este blog para su correcta comprensión, pero que en definitiva vienen a ser narraciones que suelen desarrollarse en un marco poco o nada actual, con desarrollos artificiosos y temática ajena a la realidad o, al menos, muy improbable que ocurra fehacientemente. Ejemplos podrían ser Rayuela, El Aleph, Pedro Páramo, Bomarzo o Cien años de soledad. Espero haberme explicado medianamente bien.

Es evidente que cada cual escribe como le da la gana, y si lo que escribe es magistral, como es el caso de las narraciones antes citadas, su lectura es sumamente apetecible y recomendable. Lo malo empieza cuando parece que sólo pueda ser este tipo de escritura la que venga de la América latina. Prueben a hacer un ejercicio de memoria con los escritores que han leído de esas tierras, y se sorprenderán del hallazgo. Curiosamente, se le ha llamado realismo mágico a algo que está bien alejado del realismo, y simplemente no se le ha puesto etiqueta fija a otro tipo de escritura, como sería la de Borges o Cortázar, en la que lo irreal invade lo real, convirtiéndolo por tanto en algo francamente irreal (sirvan de ejemplo Funes el memorioso o Carta a una señorita en París, por poner dos casos en el recuerdo de todos). El hecho de que escritores como César Aira o Isabel Allende sean los que ahora nos llegan de aquella parte del continente americano, da que pensar.

Por eso, Marcelo Birmajer representa para mí el otro lado de la narrativa hispanoamericana, esa otra orilla donde habitan grandes escritores que llegan con cuentagotas a las librerías españolas, siempre refrendados por una calidad excelente. No porque aparezcan ante mí como unos outsiders me caen más en gracia: los hay mejores y peores, pero son suficientes, y son muy buenos escritores, para tenerlos en consideración. Uno de ellos es Marcelo Birmajer; hay unos cuantos más, de los que espero escribir algún día. Lo que caracteriza a Marcelo Birmajer es su refinado humor, muy inteligente, expuesto en las dosis exactas para que la sonrisa no desaparezca de los labios. Sus temas serán fácilmente deducibles con escribir tres de los seis títulos que ha publicado en España: Historias de hombres casados, Nuevas historias de hombres casados y Últimas historias de hombres casados. Aparte se pueden encontrar (¿?) sus novelas Tres mosqueteros, Eso no e Historia de una mujer. Por supuesto que ha publicado más libros, todos ellos en Argentina, lo que supongo que me obligará, si ninguna editorial española lo remedia, a comprarlos en librerías de aquel país por Internet (ya he empezado a hacerlo). Por suerte o por desgracia, mi biblioteca empieza a nutrirse de ese profundísimo carro de compra de las páginas web que suple la falta de fondo de las librerías convencionales. Por ese carro de compra también pasarán seguramente muchos libros de Marcelo Birmajer, para desgracia de los lectores españoles, que no saben lo que se pierden.

Los hombres casados de los cuentos de Birmajer no son, como pudiera pensarse, putañeros hartos de su matrimonio que se dedican a echar una cana al aire en cuanto pueden, sino maduros que se encuentran con el narrador por cualquier circunstancia, y le cuentan una historia, a cual más asombrosa y más hilarante. El narrador, que siempre es el mismo y que podríamos pensar que es el alter ego del escritor, Javier Mossen, es un judío argentino nada practicante, burgués y un tanto vago, que se encuentra perfectamente casado con su mujer Esther, a la que quiere muchísimo, y con la que tiene dos hijos que son un primor.

Expongo esta situación porque Marcelo Birmajer podría haber recurrido al tópico del cuarentón de vuelta de todo que trata de hacerse joven con cualquier niñita que se le cruce, fanfarrón empedernido, derrotado por la vida, etc, etc, pero sin embargo logra el humor con el más difícil todavía: un narrador instalado en una situación sentimental envidiable que lo hace objeto de las más peregrinas confidencias y que él pasa por el tamiz de una mirada irónica, incluso socarrona, aunque siempre compasiva, hacia las pequeñas debilidades humanas. Cuando se leen unas cuantas páginas de estos cuentos, el lector empieza a darse cuenta de que se está riendo de sí mismo, que esos pensamientos o esas opiniones, de alguna manera, ya las ha pensado de alguien, incluso de él mismo, y que por ello hay que ser conmiserativo con los pobres personajes que se han puesto en la picota de una situación insostenible, la mayoría de las veces por las circunstancias, pero en otras simplemente por su mala cabeza, esa mala cabeza que todos tenemos de vez en cuando, ese mal día cuyo trágico devenir convirtió el tiempo en algo cómico que se recuerda con una piadosa sonrisa.

Las historias que se narran en los cuentos de Marcelo Birmajer son tan reales como la vida misma, y no sería extraño que algún lector las haya vivido en algún momento o conozca a alguien que las ha vivido. Este escritor es capaz de demostrar que el realismo mágico es esa realidad de todos los días que ofrece historias surreales, que ni en la mente más calenturienta o retorcida podrían llegar a imaginarse. Y no estoy haciendo juegos de palabras ni ofreciendo frases manidas: lo que distingue a Marcelo Birmajer de muchos otros escritores es su facilidad para pasar de matute las inverosímiles historias que a veces nos presenta la vida y que a los escritores se les suelen caer de las manos si no las disfrazan con ciertos artificios literarios no siempre creíbles. Birmajer, sin embargo, ofrece un permanente regocijo en cada una de sus páginas, además de una forma un tanto disparatada y amable de introspección psicológica de muchos quilates.

Es cierto que la literatura tiene un contexto que es difícil ignorar, y leyendo a Marcelo Birmajer he encontrado otro tipo de contexto tan poderoso como la geografía o la historia: la edad del propio lector. Posiblemente, estos relatos puedan comprenderse mejor si se tiene aproximadamente la edad de sus protagonistas. Porque la única y mejor manera que encuentra Marcelo Birmajer para hacerlas creíbles es, no sólo contarlas, sino también comentarlas y apostillarlas con un humor que no desdeña cierto punto de resignación, esa resignación que se cría con el tiempo dentro de las personas que, aunque ya no quieran reconocerlo, entraron sin querer y como de puntillas en eso que llamamos madurez.

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Acerca de José Luis Alvarado

Dijo el sabio griego que nada es comunicable por el arte de la escritura; tras apurar la copa de seca cicuta, su discípulo dilecto lo traicionó y acaso lo perfeccionó transmitiendo por escrito sus irónicos conocimientos.Como antes hiciera Montaigne, pienso que la obra de un autor se prolonga y modifica cada vez que se escribe sobre ella. La memoria, que fue oral y minoritaria, ahora se multiplica con cada palabra que integra y justifica el continuo universo, también llamado la Red.

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