Un paseo por la literatura que amaba Italo Calvino

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Italo Calvino: Universos y paradojas

A los integrantes de los grupos musicales y a los cineastas es casi obligatorio preguntarles cuáles son sus principales fuentes de inspiración. Con los pintores y los escritores esta misma cuestión suele abordarse con cierto pudor. Se tiene la sensación de entrar en terrenos pantanosos, como si se le pidiera al artista que descubriera alguna fórmula secreta o que revelase algún misterio.

Italo Calvino no tenía reparos en declarar su amor por los autores que consideraba excepcionales. Además de sus amistades conocidas y reconocidas, como Cesare Pavese o Julio Cortázar, nunca negó las influencias que Voltaire, Montaigne o incluso Cervantes tuvieron en él. Al igual que su obra, que viaja desde una etapa neorrealista hasta otra experimental, dejando en medio una deliciosa parada en la fantasía, pasear por la literatura amada de Italo Calvino es hacerlo por un variopinto territorio en donde no queda un paisaje que él no haya descubierto.

Selección de «amores» de Italo Calvino recomendados

La lista comienza, como los diez mandamientos, por su mayor devoción. “Amo, sobre todo, a Stendhal porque solo en él la tensión moral individual, la tensión histórica y el impulso vital son una misma cosa: tensión lineal novelesca”, decía Calvino. Para conocer esa esencia de la novela se puede recomendar, por ejemplo, Rojo y negro (1830), una de las obras más destacadas del autor francés.

Siguiendo con esa pasión por la novela, era de esperar otra referencia imprescindible: “Amo a Flaubert porque después de él no se puede pretender hacer nada que se le parezca”. Se puede comprobar con la lectura de Madame Bovary (1856).

Y entre los amores que llegaron del frío encontramos a los máximos exponentes de la literatura rusa: “Amo a Tolstoi porque a veces estoy a punto de entender cómo lo hace y, en cambio, no entiendo nada”. La escogida es la conocida Guerra y Paz (1869).

“Amo a Dostoievski porque deforma con coherencia, con furor y sin medida”. También es inevitable visitar el San Petersburgo de Crimen y Castigo (1866).

“Amo a Pushkin porque es transparencia, ironía y seriedad”, algo que en Calvino también podemos encontrar a menudo, junto a una cierta atracción por lo medieval. De Pushkin se puede destacar la novela histórica La hija del capitán (1836).

Volviendo la mirada hacia el mundo anglosajón aparecen amores muy diferentes. “Amo al Poe del Escarabajo de oro”, un cuento de 1843 centrado en un tesoro por descubrir. “Amo al Twain de Huckleberry Finn”, clásico que vio la luz en 1885.

El repaso por las estanterías de la literatura preferida por Calvino nos acerca también a la obra emblemática de Kipling, El libro de la selva (1894), y a otras curiosas declaraciones de amor: “Amo a Chesterton porque quiso ser el Voltaire católico y yo hubiese querido ser el Chesterton comunista”. La última dedicatoria para la única mujer a la que cita: “Amo a Jane Austen porque no la leo nunca, pero me alegro de que exista”.

Para conocer más sobre estos amores hay un ensayo de Carlo Ossola (Italo Calvino: Universos y paradojas, 2015) que aporta información de primera mano sobre el escritor más rampante, demediado y, ahora ya, inexistente. Imprescindible para compartir sus pasiones.

Carlo Ossola. Italo Calvino: Universos y paradojas. Siruela

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Acerca de Jaime Molina

Licenciado en Informática por la Universidad de Granada. Autor de las novelas cortas El pianista acompañante (2009, premio Rei en Jaume) y El fantasma de John Wayne (2011, premio Castillo- Puche) y las novelas Lejos del cielo (2011, premio Blasco Ibáñez), Una casa respetable (2013, premio Juan Valera), La Fundación 2.1 (2014), Días para morir en el paraíso (2016) y Camino sin señalizar (2022).

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