Sol de medianoche, de Edgardo Rodríguez Juliá: la imposible redención de la vergüenza

Portada de Sol de Medianoche, de Edgardo Rodríguez Juliá

Parece ser que cuando Edgardo Rodríguez Juliá comenzó a escribir Sol de medianoche sintió ciertas dudas, pues se trataba de una novela policial, y como tal, representaba lo que para ciertos puristas era un modo fácil de sucumbir a lo comercial, algo así como abandonar la llamada “literatura seria” para instaurarse en el más puro entretenimiento. Sin embargo, Sol de medianoche, no es un policial convencional y, con la perspectiva que proporciona el paso del tiempo, Edgardo Rodríguez Juliá ha llegado a considerar esta novela como la mejor de toda su producción.

Y es que en esta narración hay una complejidad extraordinaria: hay una cierta proyección autobiográfica, pues muchos de sus personajes pertenecen, como el autor, a una generación de puertorriqueños nacidos tras la Segunda Guerra Mundial y que alcanzaron la mayoría de edad durante la Guerra de Vietnam; Sol de medianoche describe también la transformación de un Puerto Rico que comenzaba en los años en que transcurre la acción de esta historia a explotar su faceta turística aprovechando para ello sus playas paradisíacas que aparecían anunciadas en grandes carteles y que, sin embargo, contrastaban con un país que, aunque moderno, padecía importantes desigualdades sociales; la marginalidad o el alcoholismo de su personaje central son solo una muestra de ese otro lado decadente de un país que, como todos, presenta su cara y su cruz.

Sol de medianoche es una novela policial que tiene como territorio la playa de Isla Verde, sector de Punta el Medio, en San Juan de Puerto Rico. Los personajes son marginales que habitan en un bloque de apartamentos junto a la playa. El protagonista y narrador de esta historia se llama Manolo, un sujeto alcoholizado y atrapado por el remordimiento de la muerte de su hermano, que murió asesinado con una pistola que encontró en sus manos tras despertar de una borrachera, lo que a veces le hace dudar si fue él quien cometió fratricidio o si alguien puso la pistola en sus manos para causarle un remordimiento insoportable. Sus vecinos conforman una auténtica fauna de marginados, un zoológico de personas que, como él malviven o sobreviven a un mundo que hace ya tiempo les dio la espalda, o ellos se la dieron al mundo. Manolo se gana la vida como detective privado y su especialidad son los adulterios, a los que trata de sacar tajada por ambos bandos: por un lado, presta sus servicios a la parte que está siendo engañada y, por otra, ofrece su protección a los adúlteros, un juego este que le permite ganar por partida doble pero que lo convierte en un detective atípico, muy alejado de ese modelo de detective de novela negra con una marcada conciencia de la justicia y la profesionalidad. Manolo es la antítesis de ese arquetipo que podemos encontrar en los personajes de Hammet o Chandler, por ejemplo.

Todo el relato es desde el comienzo, el de un narrador que trata de encontrar las razones de su propio fracaso vital y en cierta manera, de redimir la vergüenza que siente por sí mismo. Basta con citar uno de los primeros párrafos que aparecen en la novela para captar el tono existencialista que mantendrá esta historia:

La primera parte de mi vida fue dañada por el resentimiento. Ésa fue la parte buena. La pendencia de mi juventud fue por qué me falto esto y por qué apenas alcancé aquello. Ahora que estoy en el pantano de la madurez me confieso sometido por la amargura, humillado terca y consecuentemente por una rabia impostergable. Ésta es la peor parte, porque sin duda es el resultado del fracaso, de esas decisiones que ahora veo no tan lejanas del destino, ero donde, por algún tiempo, viví la ilusión de la libertad.

Con este tono crítico, Manolo buceará en su propia miseria y, para tratar de comprenderse a sí mismo, pasará revista a su pasado familiar. De este modo, nos contará la relación con su madre, a quien considera una especie de bruja y define como un “alacrán”. También nos hablará de su padre, a quien siempre vio como un ser cariñoso pero blando y amargado por el desprecio que su madre sentía por él. Y, cómo no, también se referirá a su hermano gemelo Frank, por quien reconoce haber sentido envidia en todos los sentidos: Frank siempre fue mejor deportista, atraía más a las mujeres y se comportaba como un líder nato. Para remarcar la diferencia, Frank se alistó a la guerra de Vietnam, al igual que otros amigos de Manolo, mientras que éste, pese a que también trató de hacerlo, se quedó en Puerto Rico debido a que le en el reconocimiento médico le diagnosticaron una tara física. Mientras su hermano combatía, Manolo se quedó haciendo trabajos de inteligencia que lo formarán en la profesión de la que vivirá años después.

La profesión de Manolo hará que se mueva en todo tipo de escenarios, tanto en los barrios más ricos como en los más marginales. Un día se le ofrece la oportunidad de llevar uno de esos casos de adulterios en los que se ha especializado. Su cliente es su amigo Carlos, que tiene como amante a Migdalia, una joven y bella mujer casada con un puertorriqueño de clase alta que vive en la Milla de Oro. Carlos le pide protección pues sospecha que lo están siguiendo y que la familia política de Migdalia sospecha de su relación extramatrimonial. La relación entre Carlos y Migdalia es fuertemente apasionada, casi como una droga, y ambos se resisten a dejarlo a pesar del peligro que saben que corren. Este caso marcará en cierto modo a Manolo, pues se verá obligado a meterse en una serie de berenjenales que lo llevarán por un tortuoso camino lleno de espinas y dolor.

Hay un momento en la narración en la que Manolo trata de expiar su vergüenza contándole parte de su secreto a su amiga Nadja: el secreto es su afición a la mentira, su infalible capacidad para la traición. Es importante destacar que en la novela hay una referencia al mito del Minotauro que tiene cierta importancia: el Minotauro como símbolo de la monstruosidad, de esa mentira y esa traición que Manolo ve en sí mismo aunque su embriaguez casi perpetua le impida recordar cuánto de monstruoso hay en él, o si acaso existe un ápice de bondad que él no puede recordar.

Como en todas las novelas negras, en Sol de Medianoche existe un componente ético. Al igual que en otras narraciones negras, y me viene a la cabeza la película El corazón del Ángel, el detective se aferra a una búsqueda que le implica bucear en su pasado para tratar de desvelar hechos, como la muerte de su hermano, que lejos de aclararse de un modo definitivo, siembran en el lector sospechas e incertidumbres al tiempo que la sucesión de acontecimientos mortifican al narrador y aumentan el interés de la trama narrada por Manolo con ritmo y con un estilo muy personal, casi confesional y con una intención claramente expiatoria. Manolo se encuentra en el centro de un laberinto y al mirarse al espejo descubre al Minotauro y hay un momento en el que intuye que él mismo es ese Minotauro, pero pronto rechaza esa imagen, tal vez, como la última traición posible, la última mentira con la que anhela alcanzar el perdón de su vergüenza y que no es otra que el autoengaño.

Sol de medianoche. Edgardo Rodríguez Juliá. Mondadori.

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Acerca de Jaime Molina

Licenciado en Informática por la Universidad de Granada. Autor de las novelas cortas El pianista acompañante (2009, premio Rei en Jaume) y El fantasma de John Wayne (2011, premio Castillo- Puche) y las novelas Lejos del cielo (2011, premio Blasco Ibáñez), Una casa respetable (2013, premio Juan Valera), La Fundación 2.1 (2014), Días para morir en el paraíso (2016) y Camino sin señalizar (2022).

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