Stanley Donen, o la alegría de rodar

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Hay películas que parecen haber sido concebidas para hacernos más felices. Y la felicidad es algo que suele estar presente en casi toda la producción cinematográfica de Stanley Donen, un realizador que supo aplicar sus conocimientos de bailarín y coreógrafo a muchas de sus obras. No en vano, desde muy joven fue un gran admirador de Fred Astaire, con quien posteriormente rodó inolvidables musicales como Bodas reales o Una cara con ángel.

Leyendo la biografía de Stanley Donen, cualquiera diría que fue un tipo afortunado, pues desde sus comienzos tuvo la oportunidad de poder trabajar en lo que más le gustaba: el mundo del baile y la coreografía. Y es que, además, para ello contó con los mejores profesionales. Tanto su admirado Fred Astaire como su colega y amigo Gene Kelly, fueron sin duda estrellas fulgurantes que se cruzaron en su camino de una forma más o menos fortuita y que lo ayudaron a lanzarle al estrellato. A Kelly lo conoció en Broadway y de aquel encuentro surgió una amistad imperecedera. Posiblemente Kelly usara de su influencia para conseguir que, cuando Stanley Donen apenas contaba veinticinco años, la poderosa Metro-Goldwyn-Mayer confiara en su talento para dirigir Un día en Nueva York, con un plantel de artistas incontestables como el propio Gene Kelly o Frank Sinatra, y con la banda sonora compuesta nada menos que por el genial Leonard Bernstein. Atreverse a tanto siendo un joven sin apenas experiencia ya es una muestra más que evidente del talento y el arrojo que Donen poseía.

Gene Kelly, colaboró con él en la dirección y en la puesta en escena de todas las coreografías tanto en la ya mencionada Un día en Nueva York como en la posterior secuela Siempre hace buen tiempo y también en la famosísima Cantando bajo la lluvia, que catapultó a Donen hacia la fama, convirtiéndose en un auténtico icono del cine, siendo sin lugar a dudas uno de los mejores musicales de todos los tiempos, con coreografías coloristas, llenas de sensualidad e incluso dotadas de cierto erotismo (como el famoso baile con Cyd Charisse), en las que la iluminación es un elemento fundamental, y con una estética cuidada hasta el mínimo detalle, todo ello para componer auténticos cuadros en movimiento, plagados de escenas bellísimas de las que se quedan grabadas en la retina y en el recuerdo. La trama de la película en sí no pasa de ser una comedia ligera, pero creo que eso es algo que al espectador no le importa demasiado. Puede que a más de uno le sorprenda descubrir que parte de la temática de esta película pudo verse hace no mucho en la extraordinaria película “The artist”, que fue galardonada con varios premios óscar. Aquí también hay una historia de lo que se conoce como “cine dentro del cine” y se refieren los problemas a los que tuvieron que enfrentarse muchos artistas que, siendo estrellas del cine mudo, hubieron de adaptarse a las dificultades que para ellos encarnaba el paso al sonido, con todas sus complicaciones.

Stanley Donen siguió dirigiendo musicales mientras estos estuvieron en boga y nos dejó maravillosos e inolvidables trabajos como Siete novias para siete hermanos o Una cara con ángel. Pero incluso cuando Donen se lanzó a rodar películas de corte más dramático, creo que se puede percibir ese trasfondo de alegría tan característico de su estilo y que impregna todas sus películas. Es el caso de Arabesco o de Charada, que podrían clasificarse ambas dentro del género de intriga o suspense, y que contienen, en mi opinión, una alegría que se refleja a través de sus actores. En Charada, por citar un caso, creo que llega a notarse en alguna escena que Cary Grant y Audrey Hepburn se lo están pasando en grande, no ya sólo trabajando, sino disfrutando de su trabajo, y eso, sin lugar a dudas, se debe a la influencia de un director que sabía contagiar su entusiasmo.

Aunque la mayor parte de la producción de Donen se centró en las comedias, también dejó patente su talento a la hora de acometer el rodaje películas con temáticas más serias. Aparte de las ya mencionadas Charada o Arabesco, nos dejó películas más dramáticas como Dos en la carretera, con una siempre maravillosa Audrey Hepburn y un impecable Albert Finney interpretando a una pareja en crisis, o la polémica La escalera, rodada a finales de los años sesenta, con los extraordinarios Richard Burton y Rex Harrison interpretando a una pareja homosexual, lo cual en su tiempo fue considerada escandaloso y hasta escabroso y, ni que decir tiene, fue prohibida por la censura franquista en España.

Como casi todos los cineastas, Donen tuvo sus altibajos, y sorprendió a todo el mundo cuando se lanzó a rodar Saturno-3, un filme de ciencia-ficción que pasó sin pena ni gloria a pesar de contar con Kirk Douglas y la despampanante Farrah Fawcett en su reparto. Creo que Stanley Donen tuvo el acierto de volver a la comedia y hacerlo con una película de las que, como he dicho al principio, no tiene otra pretensión que la de hacernos un poco más felices. Me refiero a Lío en Río, una deliciosa comedia de enredo con un siempre maravilloso Michael Caine.

En definitiva, creo que Donen fue una de esas personas que siempre hizo lo que de verdad le gustaba hacer y que supo transmitir su, alegría y su entusiasmo a cuantos le rodeaban. En 1998 recogió un merecido óscar honorífico por toda su carrera. Como no podía ser de otra manera, lo recibió con esa alegría y esa felicidad que lo caracterizaban. Recuerdo perfectamente el momento en que, tras recoger la estatuilla, la abrazó sonriente y, pletórico de emoción, se puso a bailar con ella, para regocijo de todo el público, que aplaudía, entusiasmado, mientras él cantaba aquello de Heaven, made in heaven…. Les invito a que sean felices por un instante y se deleiten viendo las películas de Stanley Donen, no se arrepentirán; sin duda que ese instante de felicidad será pasajero y no resolverá sus problemas, pero, ¿hay muchas cosas que valgan más la pena que una sonrisa?

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Acerca de Jaime Molina

Licenciado en Informática por la Universidad de Granada. Autor de las novelas cortas El pianista acompañante (2009, premio Rei en Jaume) y El fantasma de John Wayne (2011, premio Castillo- Puche) y las novelas Lejos del cielo (2011, premio Blasco Ibáñez), Una casa respetable (2013, premio Juan Valera), La Fundación 2.1 (2014), Días para morir en el paraíso (2016) y Camino sin señalizar (2022).

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