Teleny. Oscar Wilde

Teleny, de Oscar Wilde. Reseña de CicutadryA finales de 1890 el dueño de la Librería Parisina, en Coventry Street, Londres, recibió la visita de un cliente habitual que le dejó “un delgado cuaderno de papel, de formato comercial, cosido y meticulosamente sellado” para que se lo entregara a uno de sus amigos cuando le enseñara su tarjeta de visita. En esa tarjeta constaba el nombre de Oscar Wilde, y el manuscrito contenía algunas páginas de una novela pornográfica titulada Teleny o el reverso de la medalla, un relato de amor entre homosexuales.

No hace falta extenderse acerca de la moral victoriana de la época ni de las consecuencias sociales que acarreaba la homosexualidad, sobre todo cuando se hacía gala de ella. El secretismo sobre Teleny se mantuvo durante décadas; lo único que sabemos es que las idas y venidas del manuscrito, que no cesaba de engrosarse cada vez que lo dejaba un nuevo amigo en la librería, nos hace pensar que no fue Oscar Wilde el único autor de esta novela, aunque en la actualidad se le considera el verdadero artífice de la obra.

Cuestiones de autoría aparte, Teleny tiene la virtud de mostrarnos una novela homoerótica sin complejos, fiel reflejo de las condiciones de los gays en su tiempo. Por un lado sorprende por la audacia de sus escenas eróticas, claramente explícitas; por otra parte, no es una novela pornográfica pura (en aquella época se llamaban novelas socráticas) puesto que se enmarca en una historia sentimental desarrollada en un ambiente artístico y de lujo, un tanto decadente, como todo lo que procedía de la mano de Oscar Wilde, contada con una profunda delicadeza.

La base de la trama es bien sencilla: un joven se enamora de un reputado pianista llamado Teleny. El proceso de enamoramiento ya introduce lo que será una constante en la obra: la exquisita sensibilidad de la relación. Los dos hombres no se conocen en el sentido convencional del término: es a través de la música cómo entran en conocimiento el uno del otro, o más concretamente, es la presencia del joven Des Grieux en la sala de concierto, solo su presencia, la que motiva que Teleny reciba una intensa fuente de inspiración a la hora de tocar el piano en una especie de amor telepático muy literaturizado pero representativo –para el autor de la novela- de la diferencia entre el erotismo heterosexual y el homosexual.

Recordemos que por entonces estaba de moda el mesmerismo y que la literatura no se encontraba ajena a esta teoría sobre el magnetismo entre los individuos. Tal vez la novedad de esta novela radica en que Oscar Wilde lo traslada al sentimiento amoroso como una fuerza de atracción cuya energía anula la voluntad del sujeto y lo conduce al abismo o la felicidad, según los momentos. Insisto que este recurso es utilizado en esta narración como demostración de que la homosexualidad se nota, se palpa, sin ni siquiera necesitar que los hombres sean conscientes de poseer esa sexualidad, como es el caso de los personajes que nos ocupan.

Durante los primeros capítulos la historia se desarrolla dentro de ciertos convencionalismos que aportan bien poco a la brillantez de la obra: los celos por parte de Des Grieux cuando ve a su amigo Teleny compartir con otros hombres y mujeres su presencia, incluso sus relaciones sexuales; el consecuente alejamiento de los dos hombres que lleva al pianista al deterioro artístico en sus recitales; el consabido posterior acercamiento cuando Des Grieux descubre que no puede vivir sin la presencia de su enamorado… Hasta ahí la narración sigue los cauces más trillados de lo que todos entendemos como una historia de amor, sin que podamos distinguir una conducta netamente homoérotica en sus protagonistas: Des Grieux está enamorado de un hombre como podría estarlo de una mujer.

El reencuentro de los dos jóvenes marcará el momento en que la novela salta a otra concepción nada convencional. Nos referimos a la descripción detallada de los encuentros sexuales entre los protagonistas. Desde el mismo momento en que reconocen su atracción, el sexo pasa a estar presente en cada uno de sus encuentros.

Aquí es donde la fuerza de la novela es brutal. Si bien no contiene imágenes obscenas, la descripción es lo suficientemente clara como para que podamos imaginarnos a los dos amantes realizando todo tipo de actos sexuales. Pero el relato, afortunadamente, no se detiene ahí. La moral victoriana se pone continuamente en entredicho y se apela al sentido común para demostrarse y demostrarnos que la homosexualidad no es más que una conducta natural en el hombre que la tiene:

-Me sorprende que, tan lleno de amor, haya tenido usted el valor de sufrir y resistir a la tentación.

-Era joven e inexperto, y por lo tanto moral. Porque, ¿qué es la moralidad sino un prejuicio?

-¿Un prejuicio? ¿Eso cree?

-Desde luego. ¿Es acaso moral la naturaleza? El perro que olfatea y lame con una satisfacción evidente la vagina de la primera perra que se encuentra, ¿turba acaso su cerebro libre de sofismas con ideas de moralidad? El caniche que trata de sodomizar al gozquecillo que cruza la calle, ¿se preocupa de la opinión de los censores de la raza canina?

Oscar Wilde tiene mucho cuidado en no confundir la pasión sexual con la inmoralidad, aunque en momentos muy puntuales hace gala de su irónica inteligencia con frases como “El pecado es lo único por lo que merece vivir”. Esto es, el fruto prohibido es más atractivo por el hecho de ser prohibido; otra ventaja de la homosexualidad en su época.

No sabemos si en el relato de las peripecias sexuales de los protagonistas hay un reflejo de la realidad que vivió Oscar Wilde o los autores que escribieron esta novela. La cuestión es que Teleny arrastra a su compañero a vivir y disfrutar de esos frutos prohibidos en orgías homosexuales que se celebran en la mansión de un acaudalado aristócrata inglés. Aquí es donde se dan las escenas más lúbricas de la novela, escenas de alto voltaje incluso para lectores actuales.

En cualquier caso, la mano experta que escribió esta narración no cae en ningún momento en la chabacanería, mezclando sabiamente las más exquisitas metáforas con ardientes momentos eróticos. De alguna forma, lo que viene a decirnos Oscar Wilde en esta novela es que la homosexualidad estaba tan extendida en el Londres de la época como lo estuvo y lo estará en cualquier momento de la historia, y que la ejercían desde altos dignatarios a míseros inmigrantes, mezclados o por separado, en una especie de democracia del sexo no aceptada por una serie de preceptos absurdos que nada tenían ni tienen que ver con la verdadera naturaleza humana.

Teleny. Oscar Wilde. Valdemar.

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Acerca de José Luis Alvarado

Dijo el sabio griego que nada es comunicable por el arte de la escritura; tras apurar la copa de seca cicuta, su discípulo dilecto lo traicionó y acaso lo perfeccionó transmitiendo por escrito sus irónicos conocimientos.Como antes hiciera Montaigne, pienso que la obra de un autor se prolonga y modifica cada vez que se escribe sobre ella. La memoria, que fue oral y minoritaria, ahora se multiplica con cada palabra que integra y justifica el continuo universo, también llamado la Red.

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