Una mezcla de flaquezas, de Robertson Davies: Cómo escribir una gran novela sobre música

Una mezcla de flaquezas, de Robertson Davies. Reseña de Cicutadry

Una mezcla de flaquezas es la novela que cierra la primera trilogía de Robertson Davies, la trilogía de Salterton, quizás la parte más netamente canadiense de la producción novelística del autor. Como bien sabemos, los grandes escritores son capaces de elevar el ámbito local o regional de sus novelas a la categoría de universal –solo tenemos que recordar En busca del tiempo perdido de Proust o el Ulises de Joyce- y este es el caso de Robertson Davies. Además, en esta novela el autor se permite más que nunca un juego particular con el lector: retomar algunos aspectos de la novela victoriana, debidamente actualizada y, digamos, pasados por el matiz de la ironía.

Un testamento con consecuencias

Tal vez por tratarse de su primera trilogía, Robertson Davies utilizó en las tres novelas a un mismo personaje principal, Solly Brigdetower. Esto no volvería a ocurrir en las demás trilogías que escribió posteriormente el autor, que más bien deberían catalogarse como trípticos: si el personaje de una novela aparece en otra, siempre lo hace de forma tangencial.

Sin duda, Robertson Davies se sintió atraído por uno de sus mejores personajes, la viuda Bridgetower, madre de Solly. Digamos que se trata de una madre posesiva, de carácter muy fuerte, que sabe ocultarlo en un sutil victimismo de mujer perpetuamente enferma. La relación entre ella y su hijo está entre los mejores ejemplos de relación tóxica familiar que conozco. Todo ello sin dramatismos, con una naturalidad que es tan propia de Robertson Davies, siempre atento a los mínimos detalles para trazar las relaciones entre sus personajes.

En Una mezcla de flaquezas se da la ironía de que la viuda Bridgetower aparece –digamos- en espíritu, puesto que la novela comienza con la apertura de su testamento. Sin embargo, y esta es una de las grandes cualidades de Robertson Davies, su presencia va a ser apabullante durante toda la historia, puesto que su testamento parece más bien una obra diabólica. Su cuantiosa fortuna la lega a un fideocomiso, con una extraña condición: su hijo Solly no heredará un solo penique mientras no tenga un hijo varón, y mientras tanto, los réditos de la fortuna se destinarán a la educación artística de una joven menor de 21 años que sea canadiense.

La imposición de Manos Muertas

La elección de los legatarios por parte de la viuda Bridgetower tampoco deja dudas de su ansia por mantenerse en vida después de muerta: aparte de su hijo, nombra al párroco de la catedral, a un abogado mediocre y rancio y a su mejor amiga, una anciana anclada en el pasado que será una especie de enojosa continuidad de su presencia en la Tierra. El proceso de elección de la joven agraciada por el legado contiene todos los tintes irónicos del poder de la muerte sobre la vida.

En manos de un escritor menos dotado que Robertson Davies, el hallazgo narrativo de un legado tan diabólico daría tema suficiente para una excelente novela. Sin embargo, el escritor canadiense decide virar completamente la historia y centrarse casi en exclusiva en la vida y los actos de la joven agraciada, Veronica Gall, una chica que canta en un estrafalario coro de Salterton y que posee una voz prometedora.

Quede claro que este giro de la historia no obsta para que se nos olvide esa imposición de Manos Muertas de la viuda Bridgetower: el legado tiene una vigencia de cinco años, y la ruina moral y económica que la viuda ha impuesto sobre su hijo hará más difícil que éste pueda centrarse en lo único que le hará beneficiario de la fortuna. Es más; se establece un dilema moral en el joven, ya que el hecho de “ponerse en faena” para tener un hijo varón convierte a su reciente esposa, en principio, en una “fábrica de niños”, sumiendo la preciada maternidad en un incómodo segundo plano difícil de digerir.

Inocencia dickensiana

Como digo, bien pronto la novela se centra en las vicisitudes de la joven Veronica Gall, para que la que se ha previsto una educación musical en Londres, ciudad a la que se dirige desde su pequeña población canadiense. Es aquí donde comienza esa especie de novela victoriana moderna que Robertson Davies nos reservó en Una mezcla de flaquezas.

Veronica Gall podría haber sido una joven despierta de un país despierto como es el Canadá del siglo XX, pero Robertson Davies la imagina de una forma quizás más canadiense de lo que un lector ajeno al país americano podría prever. Precisamente por ser un país joven creado por colonizadores de todos los lugares del mundo, Canadá se distingue por su diversidad cultural y religiosa, y en ese contexto sitúa a Veronica Gall, una víctima de la diversidad de su país.

La joven es revestida por Robertson Davies de una inocencia dickensiana. Sus padres son feligreses de una extraña confesión religiosa, la congregación del Decimotercer Apóstol. La secta tiene todos los ingredientes de las más rancias y estrafalarias maneras de observar la religión que se puedan imaginar, y el pastor que comanda la congregación es todo un ejemplo de persona manipuladora y zafia.

Las canciones que han dado justa fama a Veronica Gall dentro de Salterton –gracias a una emisora local- son de un estilo pueril, tan propio de algo tan alejado de la realidad como pueda ser un secta. No obstante, esa voz convence a un famoso director de orquesta británico que casualmente pasa por Canadá y que, tras una somera audición, decide que la joven debe ser pulida por manos expertas en Londres.

Una experiencia británica

El resto de la novela va a transcurrir en Londres de la mano de Veronica Gall, que va a pasar por todas las fases del despertar a la realidad que harían las delicias de Dickens. No quiere decirse con ello que estemos ante una recreación dickensiana de una joven que sale del cascarón, porque Robertson Davies es lo suficientemente inteligente como para actualizar ese modelo literario hasta hacerlo casi irreconocible. Solo apunto a que los conocedores de Dickens van a disfrutar doblemente de esta novela.

Sin duda Robertson Davies se lo pasó en grande escribiendo esta novela. La prueba está en que incide a posta en contextos victorianos que podría haberse ahorrado. Para ello, decide que su joven protagonista sea enviada por su benefactor –el director de orquesta- a una pequeña mansión rural en Gales durante unos días. Esta parte de la novela –que, insisto, no aporta gran cosa a la historia- es deliciosa. El supuesto romanticismo de Gales y las rancias maneras de la aristocracia rural británica, aun en pleno siglo XX, aportan algunas de las mejores páginas de la novela. Tanto es así que –por si no se ha enterado el lector- se permite poner en boca de uno de los personajes esta singular evidencia:

-Ahora estoy justo en medio de una de esa novelas tan tremendas de “a ver quién se queda con la pasta”; el siguiente paso es saber si trata de una situación Jane Austen o Trollope.

De fondo, Henry James

Desconozco si Una mezcla de flaquezas contiene algún elemento autobiográfico del autor, puesto que Robertson Davies estudió en Oxford y vivió lo que podríamos llamar la experiencia europea de un americano. Lo que sin duda lo atrajo fue novelar esa experiencia y lo hizo –a su manera- siguiendo los pasos del gran escritor en estas lides, Henry James.

Decía Henry James que ser americano era un destino complejo porque una de las responsabilidades que conlleva es luchar contra una valoración supersticiosa de Europa. En esa tesitura se encuentra la canadiense Veronica Gall: el ambiente que encontrará en Londres es puramente europeo, es decir, vetusto y decadente. Hay que aclarar que Robertson Davies no se regodea en este aspecto, puesto que el Londres que conocerá la joven está bien lejos de las situaciones creadas por Henry James.

Las personas con las que se relaciona, para decirlo con una clara expresión, son unas muertas de hambre, que sobreviven dando clases de música a pesar de la genialidad que se les presupone. Y es aquí donde la ironía de Robertson Davies se muestra más a las claras: será la (supuestamente) inocente Veronica Gall la que consiga extraer lo mejor de cada uno con su dinamismo típicamente americano. De una forma genial, Robertson Davies actualiza a Henry James y trata su tema internacional con los rigores de pleno siglo XX.

Robertson Davies y la música

No queremos acabar la reseña de Una mezcla de flaquezas sin aludir a su tema principal: la música. Un tema por cierto recurrente en las novelas de Robertson Davies y que, por desgracia, ha sido poco tratado por la narrativa, quizás por su complejidad. Haciendo una rápida memoria de los temas utilizados por el escritor canadiense en sus novelas, creo que no le quedó en el tintero ni una sola manifestación artística, y a cada una la trató con el tono justo y adecuado.

La música en el siglo XX tal vez sea de las artes más maltratadas. La grandeza de la música clásica, especialmente de los siglos XVIII y XIX, los grandes músicos de la historia, han eclipsado el favor del público hacia la música del siglo XX, dejando a los músicos profesionales –en muchas ocasiones- en meros intérpretes de una música anterior.

Y en ese aspecto es en el que incide Robertson Davies en Una mezcla de flaquezas: los buenos músicos sobreviven por encima de su genio con plena conciencia de ello, de manera que se dedican a otros menesteres con naturalidad. Algún genio musical pasará por las páginas de esta novela, pero con lo que se quedará el lector es con las disputas con los críticos, las dificultades para poner en marcha una producción musical y con las penurias económicas en estos tiempos tan prosaicos.

Una gran novela sobre la música

No obstante, Robertson Davies no olvida el gran eje argumental de su novela, la música, aparte de sus compositores e intérpretes. En el periplo profesional al que asistiremos de la mano de la cantante Veronica Gall hay grandeza, una grandeza que emana del propio carácter de la música. Es cierto que la joven aprende a utilizar su voz y extraer de ella todo lo necesario para convertirse en una gran cantante, pero hay algo extraordinario en ese aprendizaje que se deduce del texto: la música no se enseña en el sentido de “instrucción” como tantas otras materias.

Lo que hacen los buenos profesores de música es iluminar, en definitiva, alimentar el espíritu. Ese complejo aprendizaje se muestra con una extraordinaria capacidad en Una mezcla de flaquezas, y la lección narrativa que demuestra Robertson Davies con ello es lo mejor de esta novela, sin duda escrita en estado de gracia.

Una mezcla de flaquezas. Robertson Davies. Libros del Asteroide.

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Acerca de José Luis Alvarado

Dijo el sabio griego que nada es comunicable por el arte de la escritura; tras apurar la copa de seca cicuta, su discípulo dilecto lo traicionó y acaso lo perfeccionó transmitiendo por escrito sus irónicos conocimientos.Como antes hiciera Montaigne, pienso que la obra de un autor se prolonga y modifica cada vez que se escribe sobre ella. La memoria, que fue oral y minoritaria, ahora se multiplica con cada palabra que integra y justifica el continuo universo, también llamado la Red.

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