Jardiel Poncela, un escritor de ida y vuelta o cómo Eloísa salió de debajo del almendro

El Centro Dramático Nacional pone sobre el escenario este curioso homenaje al tan vituperado Jardiel Poncela en el que, a través de la representación de Un marido de ida y vuelta, uno de sus mayores éxitos sobre las tablas, se presenta un divertido pastiche en el que el propio Jardiel hace incursiones entre actos y a modo de prólogo y epílogo.

Es este que nos ocupa un espectáculo de ida y vuelta, de doble faz: de un lado, la representación, exquisita, divertida, amena, del texto original; del otro, el homenaje, sentido y afectuoso a un escritor que no ha gozado de buena fama en nuestro país durante años.

Jardiel Poncela murió solo, arruinado, habiendo tocado los laureles del éxito y catado también el más estruendoso fracaso, a la corta edad de 50 años. Numerosas novelas; multitud de obras teatrales, entre las que se cuentan algunos de los títulos más emblemáticos del teatro español; reclamado por Hollywood como guionista…  son algunos de los hitos que avalan su carrera. Pero sobre todo, una pasión desmedida por la comedia y el teatro. Pasión que le llevó a dedicarle su vida, a patentar estructuras giratorias y forillos móviles para crear movimiento en la escena, y que ahora, Enrique Caballero, pone de manifiesto sacando a su Eloisa y dándole voz. Un diálogo fantasmal entre el autor y el personaje para poner en evidencia la gran personalidad que fuera el escritor, sobre el mítico escenario del María Guerrero.

Así, los personajes de Un marido de ida y vuelta se encuentran en fragmentos metateatrales con el propio Jardiel, a quien, a modo de redención fantasmagórica, se le presenta la ocasión de hablar de su propia vida y de sus obras. Desde anécdotas acerca de cómo Noel Coward le robara la idea para su obra «Un espíritu burlón» -cosa que, por cierto, me hizo indagar un poco por los muchos textos jardielistas que hay en internet y que me descubrió interesantísimos artículos sobre su pacto con Coward y otras traiciones fuera de España, como la de Cole Porter y su «You´re the top», plagiado de «Carlo Monte en Montecarlo»-; unas encantadoras conversaciones con su Eloísa, en las que ella le pide un protagonista en el que pueda hablar; o una escena más efectista y dramática en la que Jardiel se enfrenta a la compañía, quienes le acusan de falangista y franquista, quizá lo menos acertado del espectáculo, porque, fuera facha o no facha, en cuestión de cinco minutos, Caballero (ni nadie) no es capaz de solventar con gracia lo complicado de las tendencias derechosas de Jardiel. Y a fin de cuentas, qué más da si lo era.

La comedia, propiamente dicha, nos cuenta la historia de Leticia, mujer de Pepe, alocada e inmadura, que lleva de cabeza a su marido, con sus múltiples dispendios e ideas descabelladas, entre las cuales, últimamente, le ronda con insistencia la de consumar sus afectos con Paco Yepes, apuesto y galante amigo de Pepe. La preparación de una fastuosa fiesta de disfraces, con todo tipo de personajes delirantes que deambulan por la escena, se presta como el enclave perfecto para consumar sus adúlteros planes. Sin embargo, Pepe, consciente de las inclinaciones díscolas de Leticia y a sabiendas de que le queda poco de vida, previene a Paco y le hace prometer que no se casará con su esposa una vez muerto él.

Al no cumplir la promesa, Pepe vuelve como fantasma con el propósito de hacer la vida imposible a Paco y a Leticia.

El montaje de Caballero no escatima, hace gala de una opulencia que pone de manifiesto que, cuando el Centro Dramático Nacional monta espectáculos, no lo hace de cualquier manera. Recalo en dos puntos concretos que resultan de ineludible mención: un decorado fastuoso, firmado por Paco Azorín: un anfiteatro que cubre todo el escenario con una réplica de los palcos del María Guerrero, con sus puertas, sus sillas, los terciopelos de las cortinas y los plafones que los iluminan. Un trampantojo gracias al cual el recinto se convierte en un circo de palcos, por los que, como si se tratara del slapstick mejor coreografiado, se asoman los personajes, organizándose el más alambicado entramado de entradas y salidas. Pero sobre todo: ¡qué preciosidad de idea, el meter la obra dentro de un teatro!

Y en segundo lugar, el vestuario rutilante que despliega Juan Sebastián Domínguez sobre las tablas y los cuerpos de los catorce intérpretes que se cambian de ropa constantemente. El trabajo filigránico de Domínguez brilla y fascina, como los destellos de las lentejuelas bajo las luces de las candilejas y se percibe el disfrute del creador, que se entretiene de lo lindo en el primer acto, la fiesta de disfraces, perfilando con sorna y con aguja, hilo y las telas, en un despliegue de fantasía y despiporre como sólo un evento de tal índole puede facilitar a la imaginación de un buen modisto.

El CDN nos brinda estas dos horas de diversión sin ambages, de alarde escénico y no flaquea en ningún punto, a medio camino entre el sainete typical spanish y la alta comedia refinada y glamurosa de Broadway, con maestría, jugando la carta que hace posible que un espectáculo como éste no sólo funcione, sino que despunte como una de las más interesantes apuestas en las marquesinas de la capital: los actores maravillosos que noche a noche se enfrentan con el más difícil todavía, el hacer reía a un patio de butacas abarrotado.

¿Qué decir de un reparto que sostiene la, -no vamos a negarlo- un poco casposa, obra de Jardiel con una entereza férrea, cómica y alocada sin rozar el esperpento? Todos y cada uno de ellos se encuentran orquestados con precisión milimétrica y a raíz de ello, ocurre la magia: la comedia más desternillante asentada en un montaje que exuda cariño y disciplina. Y de entre todos ellos, sin desmerecer, brilla más que nadie la flamante y fabulosa Lucía Quintana, que se mete en la piel de Leticia y de Eloísa y que burbujea divertida sin cargar al respetable; que requiebra en los momentos más dramáticos sin resultar melodramática; y que se mueve por el escenario con soltura de showgirl vestida de Cleopatra como ya le gustaría moverse a la más pintada de las estrellas pop del momento. La actriz vallisoletana, cada vez más asidua en las tablas españolas se está labrando un fabuloso camino trufado de obras de Shakespeare o de Lope, compaginándolas con papeles para la televisión o el cine y en cada nueva aparición se encarama con apasionada entereza en el podio de las mejores actrices de nuestro país.

En definitiva, nos encontramos, sin duda, ante una obra indispensable, un merecido homenaje que nos incita a considerar a Jardiel como un precursor del surrealismo o del teatro del absurdo -teorías apuntadas en numerosos textos que encomian su figura- pero que, además, nos sumerge en un espectáculo entretenido y encantador, porque, a fin de cuentas, lo que más preocupaba al escritor, no era otra cosa que la búsqueda de la risa de su público.

Jardiel, un escritor de ida y vuelta. Centro Dramático Nacional. Teatro María Guerrero.

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