La lira de Orfeo, de Robertson Davies: Cómo se compone una ópera

La lira de Orfeo. Robertson Davies. Reseña de Cicutadry

Dentro de la producción de Robertson Davies, La lira de Orfeo es una curiosa novela. Publicada en 1988, cuando el autor ya contaba con 75 años de edad, viene a repetir la misma idea argumental que otra novela anterior, Una mezcla de flaquezas, publicada 30 años. Hay que recordar a los lectores que Robertson Davies, que concebía sus novelas en forma de trilogías, publicó la primera –de la que forma parte Una mezcla de flaquezas– en los años 50, y tras ella dejó de escribir narrativa para dedicarse a otros menesteres, hasta que en los años 70 retomara su labor literaria con gran éxito.

Testamentos repetidos

Como decimos, la idea argumental de las dos novelas es la misma: muere una persona, deja un legado con la condición de que el dinero se invierta en una actividad cultural, y los legatarios –más bien, penosamente- se encargan de buscar la persona adecuada en la que invertir la fortuna. En Una mezcla de flaquezas fue una joven cantante que es enviada a Europa para que aprenda con grandes maestros. En La lira de Orfeo se trata de algo más complicado: la composición de una ópera.

Llama la atención que Robertson Davies repitiera el mismo esquema argumental 30 años después, como si no hubiera quedado satisfecho de la primera novela, por lo demás, de una gran calidad. Digo esto porque La lira de Orfeo podría haber tenido un punto de partida completamente diferente –a Robertson Davies le sobraba imaginación- sin menoscabo alguno de la trama principal, que es la puesta en escena de una ópera.

Pero ya digo que tomó la decisión de “reinventar” aquella novela de 1958 con la intención –sin duda- de complicar el argumento y meterse en un verdadero tour de forcé solo reservado para un hombre de su enorme talento narrativo.

Novelar una ópera

No es fácil el reto que se impuso Robertson Davies. Cualquier otro escritor hubiera relatado las vicisitudes de lo que supone componer una ópera tan solo narrando los hechos que suceden alrededor de ella. Ya de por sí es éste un argumento arriesgado, porque mantener el interés del lector sobre una idea poco atractiva –a no ser que se cometa un asesinato o haya líos amorosos, que no es el caso- supone una fuerte confianza en las propias posibilidades del autor.

Pero en una vuelta de tuerca digna de Robertson Davies, no solo cuenta lo que ocurre alrededor de la ópera, sino que cuenta la propia ópera, entra en ella, la compone a la vista del lector, por supuesto literariamente hablando. Para ello se vale de un recurso también muy propio de Robertson Davies: inventa la existencia de una ópera iniciada y no acabada por el escritor y músico E.T.A. Hoffman a principios del siglo XIX que trata sobre el rey Arturo.

Gracias al legado de Francis Cornish –inolvidable personaje principal de la anterior novela Lo que arraiga en el hueso-, se propone a una aventajada alumna universitaria que su tesis consista en completar la ópera de Hoffman, para lo cual le conceden la dirección de la tesis a una prestigiosa compositora europea y la tutela de un profesor universitario –también importante personaje de la primera novela de trilogía, Ángeles Rebeldes– que se ocupará de revisar el libreto.

El interior de la música

Pero claro, incluso este punto de partida hubiera sido “fácil” para el prodigioso Robertson Davies. Y puesto a complicarse la vida –para alegría de los lectores- hace que la joven universitaria se encuentre con un libreto (original) infumable. De este modo, comienza toda una peripecia para rehacerlo y, como no podía ser de otra manera en este autor, retomar la leyenda del rey Arturo, atractiva como pocas.

Así que como lectores asistimos a la creación de un libreto, a la actualización de un mito como el de Arturo, a la composición musical, explicada de una forma amena y deliciosa, a las penosas labores de unos legatarios –el sobrino de Francis Cornish y su esposa- que nada tienen que ver con la música, al tira y afloja de ese mundo universitario que Robertson Davies ha retratado como nadie, a la diferente mentalidad entre jóvenes y maduros a la hora de la creación artística (en la que no hay edad, pero la edad se nota mucho) y a mil vicisitudes que van surgiendo como por ensalmo a lo largo de las páginas.

Como un gran demiurgo, Robertson Davies parece que tuviera en la mente toda la novela, porque su facilidad para enlazar unas circunstancias con otras y a los personajes entre sí, es asombrosa. Parece que los estuviéramos viendo de forma simultánea a pesar de que la lectura es obligadamente secuencial, y es que la materia que los une es la música, que se interna entre los intersticios de la historia como una amalgama. Pero Robertson Davies no se queda ahí, porque nos tiene reservada otra sorpresa.

El mito artúrico

Al comienzo de la novela, cuando los principales personajes se reúnen para dilucidar el destino del legado, lo hacen alrededor de una gran mesa redonda, donde reposan bebidas y aperitivos. En principio, parece un detalle encantador pero sin importancia. Bien es cierto que ya saben que la ópera que van a patrocinar se llama Arturo de Britania, y que de alguna forma se están confabulando para alcanzar un objetivo casi imposible.

Pero en esa gran mesa redonda se empieza a forjar una serie de relaciones personales que además derivan del pasado de cada uno de los personajes, también unidos entre sí por motivos absolutamente distintos de la ópera. Las discusiones alrededor de ésta van a mostrar la verdadera cara de cada uno de ellos, y eso tendrá consecuencias.

Desde luego, para el lector avezado, la consecuencia principal no puede pasar desapercibida: se reproduce la leyenda artúrica en pleno siglo XX. Hay un Arturo y una reina Ginebra y un Lancelot, como vuelve a aparecer Merlín, Galahad o Gawain. Y también hay un narrador, que será el autor del libreto, en cuya letra aparece, naturalmente, la historia de Arturo pero, a la vez, también se van relatando los hechos que van sucediendo ante nuestros ojos como lectores de esta novela.

Una novela inteligente

Por supuesto, en ningún momento Robertson Davies trata de llamar la atención del lector sobre este hecho. El buen escritor es aquel que confía en sus buenos lectores. De esta forma, La lira de Orfeo puede leerse en varios niveles: desde las interesantes peripecias de los personajes, a la composición de la ópera –no solo interesante sino también asombrosa- o a este nivel, digamos, artúrico, que particularmente me parece una gozada.

Desde luego, todo esto se encuentra tan imbricado que el lector medio no se da cuenta de los saltos de nivel, y si damos constancia de ello es con un afán didáctico.Lo que deseamos es que nuestros lectores sepan que La lira de Orfeo es una novela profunda, pero con esa profundidad discreta tan característica de Robertson Davies, que apenas se nota, porque a su erudición y a sus impresionantes estructuras narrativas, sabe imponer por encima de todo la amenidad, esa virtud que consiste en desear saber lo que ocurre en la próxima página sin necesidad de misterios, amoríos ni suspenses añadidos.

La lira de Orfeo. Robertson Davies. Libros del Asteroide.

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Acerca de José Luis Alvarado

Dijo el sabio griego que nada es comunicable por el arte de la escritura; tras apurar la copa de seca cicuta, su discípulo dilecto lo traicionó y acaso lo perfeccionó transmitiendo por escrito sus irónicos conocimientos.Como antes hiciera Montaigne, pienso que la obra de un autor se prolonga y modifica cada vez que se escribe sobre ella. La memoria, que fue oral y minoritaria, ahora se multiplica con cada palabra que integra y justifica el continuo universo, también llamado la Red.

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