La pesca de la trucha en América, de Richard Brautigan: la América profunda

La pesca de la trucha en América. Richard Brautigan. Reseña de Cicutadry

La pesca de la trucha en América es una novela única. He llegado a leer que ni siquiera puede considerarse una novela por su estructura fragmentaria y su nulo argumento; sin embargo, quizás pocas obras puedan llamarse novela como ésta: es pura ficción, pura imaginación, pura libertad. Su autor, Richard Brautigan, perteneció a una generación de escritores norteamericanos cuya principal virtud fue dinamitar los cánones de la narrativa tradicional. Ninguna novela llegó tan lejos como La pesca de la trucha en América.

Rompiendo etiquetas

Prueben a leer en Internet sobre este libro. Inmediatamente, como si los lectores críticos no se hubieran enterado de nada al leerla, la califican de novela hippie, novela beatnik o novela posmoderna. Pero esta novela es tan escurridiza como una trucha en el río.

Que Haruki Murakami haya confesado que es su novela de cabecera debería hacernos pensar: un autor que ha tratado de innovar en la narrativa –si lo ha conseguido o no es otro cantar- se fijara en esta obra nos quiere decir que, ante todo, ama la libertad y la frescura de un autor que se puso el mundo por montera y se lio a escribir lo que le pareció bien sin escapar, por ello, del carácter ficcional del relato.

Naturalmente pueden adivinarse las fuentes de Richard Brautigan: los escritos utópicos de Thoureau, la rebelde libertad de Hemingway y, sobre todo, la ironía y el inconmensurable humor de Mark Twain. Todo ello pasado por una mirada honrada, natural e independiente.

En busca del arroyo perfecto

La novela comienza con una fotografía: la que Richard Brautigan se hizo delante de la estatua de Benjamin Franklin en San Francisco junto a su amiga Michaela Le Grand. ¿Por qué esa fotografía? A esta pregunta Richard Brautigan contestaría: ¿Y por qué no? La pesca de la trucha en América está tan presente en ese parque como en cualquier lugar de Estados Unidos. Solo hay que buscarla.

La pesca de la trucha en América. Richard Brautigan. Reseña de Cicutadry

A la busca de ese arroyo truchero perfecto, Brautigan se irá encontrando lo que posiblemente estaba buscando: la América más genuina, ese sentimiento que se ha ido a llamar la América profunda.

Él busca y busca y a lo mejor encuentra un arroyo o una choza abandonada de la que pueda extraer su extraño humor negro:

Un poco más allá de la choza había un retrete exterior con la puerta abierta de par en par. El interior del retrete aparecía expuesto como un rostro humano, y parecía decir: “El viejo que me construyó cagó aquí 9.476 veces y está muerto, y no quiero que me toque nadie más. Era un buen tipo. Me construyó con cariño. Dejadme en paz. Ahora soy un monumento a un buen culo ya fallecido. No hay ningún misterio. Por eso está la puerta abierta. Si tienes que cagar, vete a los arbustos, como los ciervos”.

Los mil aspectos de La pesca de la trucha en América

Aunque el título de la novela habla por sí mismo, hay un momento desconcertante en su lectura. La pesca de la trucha en América es mucho más que un título o una intención del autor. En realidad, para él lo es todo.

Todos somos La pesca de la trucha en América. Puede ser el nombre de una persona, o un lugar, o un libro, o la propia novela que estamos leyendo. La pesca de la trucha en América lo llena todo, porque la intención de Brautigan fue esa a la hora de escribir el libro: una total inmersión en su idea, que es justamente lo que pretende que hagan sus lectores.

Si Brautigan estaba en el citado parque de San Francisco y vio, por casualidad, a uno de esos típicos vagabundos astrosos norteamericanos, ¿por qué no va a ser él La pesca de la trucha en América?

Bueno, en realidad, como es muy pequeño, lo terminará llamando La Minipesca de la trucha en América y pensará que lo mejor que puede hacer con él, de forma piadosa y porque le gusta ese espíritu libre que vaga por los parques, es mandarlo a un famoso escritor y periodista de entonces, como puede verse en el siguiente fragmento:

Estaba decidido: lo empacaríamos en un cajón de embalaje con una enorme etiqueta.

Contenido: La Minipesca de la trucha en América

Profesión: Borrachín

Destinatario: A/A Nelson Algren, Chicago.

Y sobre el cajón habría un  montón de pegatinas:

VIDRIO / FRÁGIL / TRANSPORTAR CON CUIDADO NO VOLCAR / ARRIBA / TRATEN A ESTE BORRACHÍN COMO SI FUESE UN ÁNGEL.

Y la Minipesca de la trucha en América cruzaría el país mascullando, vomitando y maldiciendo en su cajón, desde San Francisco hasta Chicago. Y la Minipesca de la trucha en América, sin saber del todo qué estaba pasando, se pasaría el viaje gritando “¿dónde demonios estoy? No puedo ver cómo se abre esta botella. ¿Quién ha apagado las luces? ¡Vaya mierda de motel! ¡Tengo que ir a mear! ¿Dónde está mi llave?”

Una novela para cada lector

La novela es deliberadamente fragmentaria, difusa, de manera que de lo pequeño se pueda extraer lo grande. Cada capítulo aborda un tema diferente, y lo mismo habla de la diferencia entre un cementerio de ricos y un cementerio de pobres en un pueblo por el que pasa que entra en un comercio de desguace con la idea de comprar trozos de arroyos trucheros para ponerlos en su casa.

No hay límites para la imaginación de Brautigan. Y precisamente esa absoluta libertad a la hora de expresar lo que ve o lo que piensa da al lector la misma libertad a la hora de juzgar lo que está leyendo.

He leído que posiblemente se trate de una novela de tesis disfrazada. Es posible. También podría ser una tomadura de pelo, una novela existencialista o un libro sobre costumbres norteamericanas. Lo que no me cabe duda es de que es un placer su lectura y una sorpresa continua, que invita a la reflexión, a la carcajada o al asombro, como puede comprobarse en este fragmento:

Unos arbolitos verdes plantados demasiado juntos estrechaban el riachuelo. El arroyo era como 12.845 cabinas de teléfono puestas en hilera, con altos techos victorianos y todas las puertas desmontadas y la parte trasera de la cabina desfondada.

A veces, cuando iba a pescar allí, me sentía como un operario telefónico, aunque no lo parecía. No era más que un crío cargado con su caña de pescar, pero por un extraño motivo, con solo presentarme allí y pescar alguna que otra trucha mantenía las líneas telefónicas en funcionamiento. Hacía una contribución a la sociedad.

El placer de la lectura

Se esté más o menos de acuerdo con una novela así –y la profusión de fragmentos copiados viene a demostrar lo que me es imposible expresar en palabras- lo que sí es cierto es que La pesca de la trucha en América devuelve al lector el placer de la lectura.

Maniatados como estamos con un tipo de literatura comercial, en busca de lectores para cuyas apetencias se escribe de manera descarada, se agradece que durante una época del siglo XX escritores como Richard Brautigan decidieran ejercer su libertad absoluta como autores.

Mario Vargas Llosa hablaba de la literatura de García Márquez como la historia de un deicidio. Entendemos que quiso decir el escritor peruano con esta expresión, pero si realmente ha habido un tiempo en el que los autores fueron deicidas, fue durante las décadas que van de 1960 a 1980 en Estados Unidos.

Ellos fueron los dueños absolutos de sus escritos. Ellos decidían –y no las editoriales ni los lectores- lo que deseaban escribir y este acto casi suicida se agradece en el momento de la lectura. Richard Brautigan consiguió con La pesca de la trucha en América romper los cánones precisamente para imponer el canon más auténtico de la literatura: el escritor es el amo de sus textos. No quiero imaginarme a Homero pensando en lo que deseaban escuchar sus oyentes. Todo gran escritor es el Dios de su escritura, y los lectores genuinos saben descubrirlo y valorarlo.

La pesca de la trucha en América. Richard Brautigan. Blackie Books.

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Acerca de José Luis Alvarado

Dijo el sabio griego que nada es comunicable por el arte de la escritura; tras apurar la copa de seca cicuta, su discípulo dilecto lo traicionó y acaso lo perfeccionó transmitiendo por escrito sus irónicos conocimientos.Como antes hiciera Montaigne, pienso que la obra de un autor se prolonga y modifica cada vez que se escribe sobre ella. La memoria, que fue oral y minoritaria, ahora se multiplica con cada palabra que integra y justifica el continuo universo, también llamado la Red.

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