El reino de este mundo. Alejo Carpentier: Lo real maravilloso

El reino de este mundo fue la novela hispanoamericana que inició el llamado realismo mágico. Su autor, el cubano Alejo Carpentier, sentó con ella las bases de lo que él denominó lo real maravilloso, que posteriormente servirían como ideario narrativo a otros escritores como Gabriel García Márquez, José Donoso o Isabel Allende.

Hay pocas ocasiones en las que podamos asegurar que una novela es necesaria, pero en el caso de El reino de este mundo no se me ocurre un adjetivo más significativo: la narrativa hispanoamericana no hubiera sido lo que ha llegado a ser sin este libro de Alejo Carpentier. Y es necesaria y fundacional además, no solo porque inaugura una estética, sino también por plasmar una forma de ver la realidad de todo un continente.

El escritor cubano lo llamó lo real maravilloso, expresión que sin embargo no corrió la misma fortuna que otra mucho más conocida, el realismo mágico, auspiciada por motivos comerciales y que bebe directamente en los presupuestos teóricos que Carpentier fundara en esta extraordinaria novela.

Para una mejor comprensión de este hecho digamos que Carpentier, hombre extremadamente culto y de una profética sabiduría, explicó las bases en las que se sustentaba este modo de entender la complejidad americana frente a las caducas formas del continente europeo, que conocía muy bien. En el prólogo de El reino de este mundo tuvo la habilidad de mostrar los caminos que debería seguir la narrativa hispanoamericana a poco que los escritores miraran a su alrededor e hicieran suyo el impresionante bagaje cultural que atesoraba la América hispana y que hasta entonces había pasado inadvertido para el mundo, incluidos los propios hispanoamericanos.

Ya decimos que Alejo Carpentier, suizo de nacimiento, había conocido a fondo la cultura europea. Pasó su infancia en La Habana y más tarde, en su adolescencia, se trasladó a París, donde se produjo su desarrollo intelectual. Conoció a los grandes nombres del arte de ese momento y coincidió felizmente con el movimiento surrealista, llegando a ser amigo de Louis Aragon o Tristan Tzara. Este fue un hecho decisivo en su vida, igual que lo fue su viaje a Haití en 1943, puesto que estos dos acontecimientos lo pusieron en la pista de lo que poco después entendería como lo real maravilloso.

En Haití descubriría una realidad que hasta entonces solo había experimentado de forma artificial con el movimiento surrealista. Así, en el citado prólogo a El reino de este mundo, escribe:

Pisaba yo una tierra donde millares de hombres ansiosos de libertad creyeron en los poderes licantrópicos de Mackandal, a punto de que esa fe colectiva produjera un milagro el día de su ejecución. Conocía ya la historia prodigiosa de Bouckman, el iniciado jamaiquino. Había estado en la Ciudadela La Ferriére, obra sin antecedentes arquitectónicos, únicamente anunciada por las Prisiones Imaginarias del Piranese. Había respirado la atmósfera creada por Henri-Christophe, monarca de increíbles empeños, mucho más sorprendente que todos los reyes crueles inventados por los surrealistas, muy afectos a tiranías imaginarias, aunque no padecidas. A cada paso hallaba lo real maravilloso. Pero pensaba, además, que esa presencia y vigencia de lo real maravilloso no era privilegio único de Haití, sino patrimonio de la América entera, donde todavía no se ha terminado de establecer, por ejemplo, un recuento de cosmogonías. Lo real maravilloso se encuentra a cada paso en las vidas de hombres que inscribieron fechas en la historia del Continente y dejaron apellidos aún llevados: desde los buscadores de la Fuente de la Eterna Juventud, de la áurea ciudad de Manoa, hasta ciertos rebeldes de la primera hora o ciertos héroes modernos de nuestras guerras de independencia de tan mitológica traza como la coronela Juana de Azurduy.

Es en Haití donde Alejo Carpentier comprende que los mitos americanos, el mestizaje cultural, los propios acontecimientos históricos, son la materia indispensable para que la narrativa hispanoamericana tome una forma propia, singular, distinta a lo anteriormente escrito, no solo en el continente, sino en el mundo entero. En Europa había que forzar lo maravilloso, que con una formidable pobreza imaginativa “se queda en paraguas o langosta o máquina de coser, o lo que sea, sobre una mesa de disección, en el interior de un cuarto triste, en un desierto de rocas” mientras que en América, lo maravilloso habitaba en cualquier recuerdo, vivencia, circunstancia o historia, es decir, era natural. Acaso, el epílogo a este primer descubrimiento lo escribiría muchos años después Gabriel García Márquez en Vivir para contarla, sus memorias de infancia, donde asombrados descubrimos que Macondo, y las historias que ocurrían en ese mítico territorio, ya las había vivido él en primera persona.

No obstante, de nada sirve teorizar si las ideas no se ponen en práctica: pocos años después, en 1948, Alejo Carpentier terminaba El reino de este mundo, que aparte de su maestría literaria, es un compendio de lo que la narrativa hispanoamericana ofrecería después.

Por lo pronto, Carpentier eligió la forma: un estilo barroco, elegante, adjetivado, de frases largas, enumeraciones, riqueza léxica y desarrollo argumental fluido. Otro hallazgo nos depara este libro: la realidad. La novela se inicia antes de la revolución francesa y termina algo después de 1820. Apenas hay invención en los hechos narrados porque no le hacía falta: ya de por sí eran extraordinarios, maravillosos. Imagina un personaje, el esclavo negro Ti Noel, y lo sitúa estrechamente ligado a acontecimientos y personajes reales: a Mackandal, un mandinga brujo y manco con poderes mágicos que le permitía transformarse en diferentes animales; a Dutty Boukman, un iniciado jamaiquino, esclavo y sacerdote vudú que inició un levantamiento de esclavos negros; y finalmente, a Henri Christophe, esclavo negro que se autoproclamó rey de Haití en 1806 e hizo construir el delirante palacio de Sans Souci en la ciudadela de La Ferrière.

Sin embargo, la Historia no pesa sobre la historia que pretende narrarnos Carpentier: lo importante es lo que cuenta, la fascinación por los hechos y las palabras, el poderoso hilo conductor que es la rebelión de los esclavos negros frente al poder brutal y decadente de los blancos. El escritor cubano no se deja seducir por su propio estilo, no se gusta (mal que aqueja a toda la literatura española): el vocabulario y la sintaxis están a la altura de la historia, la explican y la justifican.

Y por último, el gran hallazgo: lo maravilloso integrado dentro de la realidad. Acudimos de nuevo al ya citado prólogo para entender lo que defendía Carpentier:

Para empezar, la sensación de lo maravilloso presupone una fe. Los que no creen en santos no pueden curarse con milagros de santos, ni los que no son Quijotes pueden meterse, en cuerpo, alma y bienes, en el mundo de Amadís de Gaula o Tirante el Blanco. Prodigiosamente fidedignas resultan ciertas frases de Rutilio en los trabajos de Persiles y Segismunda, acerca de hombres transformados en lobos, porque en tiempos de Cervantes se creía en gentes aquejadas de manía lupina. Asimismo el viaje del personaje, desde Toscana a Noruega, sobre el manto de una bruja. Marco Polo admitía que ciertas aves volaran llevando elefantes entre las garras, y Lutero vio de frente al demonio a cuya cabeza arrojó un tintero.

Alejo Carpentier podía permitirse –él pensaría que debía permitirse- contar hechos extraordinarios porque ocurrieron en la realidad aunque solo fuera ante los ojos de unos cuantos. Las creencias son tan reales como los actos si se dan las circunstancias propicias, y América es un continente donde las creencias tienen tanta verosimilitud como los propios acontecimientos: lo extraño, lo maravilloso, que no lo fantástico, está instalado en la conciencia colectiva; el milagro está incrustado en la realidad, para bien o para mal, de ahí que ni las más asombrosas fábulas de Cortázar ni los inconcebibles pasajes de García Márquez nos extrañen: son tan naturales en sus textos como inverosímiles serían puestos en una novela alemana o inglesa.

Todo esto ya está en El reino de este mundo, novela cumbre de la literatura hispanoamericana; si no ha tenido la notoriedad y el fervor de otras novelas adscritas a lo que denominó el realismo mágico es precisamente por su carácter puro, sin concesiones, extraído directamente de lo más profundo de la tierra americana; dicho de un modo un tanto lapidario, García Márquez, por poner un ejemplo, es un Alejo Carpentier masticado para lectores complacientes.

El reino de este mundo. Alejo Carpentier. Espasa Calpe.

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Acerca de José Luis Alvarado

Dijo el sabio griego que nada es comunicable por el arte de la escritura; tras apurar la copa de seca cicuta, su discípulo dilecto lo traicionó y acaso lo perfeccionó transmitiendo por escrito sus irónicos conocimientos.Como antes hiciera Montaigne, pienso que la obra de un autor se prolonga y modifica cada vez que se escribe sobre ella. La memoria, que fue oral y minoritaria, ahora se multiplica con cada palabra que integra y justifica el continuo universo, también llamado la Red.

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