Calígula. Albert Camus

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Albert Camus es un escritor al que nunca he dejado de admirar. A lo largo de su carrera demostró sus dotes como novelista, ensayista, articulista y, también, como dramaturgo, es decir, un auténtico todoterreno literario. Aunque sus obras de teatro no tuvieron en su momento la influencia ni causaron el mismo impacto que las de Jean Paul Sartre, no dejan de ser admirables, en mi opinión, al igual que el resto de su obra.

Calígula fue la primera obra de teatro escrita por Albert Camus, lo que la inscribe en el periodo más pesimista de su carrera, el conocido como ciclo del absurdo. Pese a haber sido escrita en 1937, se representó por primera vez en 1945 y Camus siguió trabajando en ella hasta darle su forma definitiva en 1957, veinte años después de su primera versión, lo que es una señal inequívoca de que esta obra tenía un significado muy especial para él. Yo he tenido la suerte de poder ver esta obra representada hace muy poco, en la versión que de ella ha hecho Joaquín Vida con su grupo Cosmoarte, y magníficamente interpretada por un reparto de actores muy convincentes, compuesto por Javier Collado Goyanes (Calígula), Alejandra Torray (Cesonia), Fernando Conde (Helicón), Héctor Melgares (Escipión), José Hervás (Quereas), Antonio Gálvez (Lépido), César Sánchez (Senecto/Casio), Ángel García Suárez (Metelo), Xabier Olza (Mucio) y Aurora Latorre (esclava).

El drama arranca con un Calígula que ha desaparecido del palacio y quien toda su corte anda buscando, sospechando que su desaparición está relacionada con la muerte de su hermana Drusila, a quien amaba profundamente y con quien mantenía relaciones incestuosas. Cuando Calígula regresa al palacio, no parece la misma persona. Quien en apariencia había sido un gobernante inocente, joven, amable y, sobre todo, manejable por su corte de consejeros, parece haber perdido la cordura o, como él mismo asegura, cree haberla encontrado.

La temática del poder está omnipresente en toda la obra. De hecho creo que se trata de una pieza que no ha perdido en absoluto su vigencia porque, como todas las obras que perduran, trata de temas atemporales. La misma corte de aduladores que en un principio temía por su vida y que supone que la muerte de Drusila lo ha trastornado irremediablemente, comienza a padecer las decisiones que, a partir de ese día, el joven emperador comienza a adoptar, con la única complicidad de su sirviente Helicón y a su esposa Cesonia, quienes se prestan a seguir el juego de la implacable lógica absurda con que impregna sus decisiones.

Esa nueva lógica que adopta para su vida afecta dolorosamente a todo su entorno, y con ella pretende amortiguar el dolor que ha significado la muerte de su hermana, acontecimiento que lo ha situado cara a cara ante el absurdo. El joven inocente, dócil y bueno al que todos amaban se ha convertido en un tirano que, consciente de su poder, trata de conseguir los imposibles, lo que aparece perfectamente simbolizado en el hecho de que le encargue a su criado Helicón que le consiga la luna. Para justificarse su petición, Calígula se expresa de este modo: “No soporto este mundo. No me gusta tal como es. Por lo tanto, necesito la luna, o la felicidad, o la inmortalidad”.

El poder que Calígula maneja sin límites morales o de cualquier clase, hacen que se sienta un hombre libre, por encima de los propios dioses. “El poder brinda una oportunidad a lo imposible. A partir de hoy y en lo sucesivo, mi libertad dejará de tener límites”, afirma el personaje. De esta forma, ordena matar al padre del que fue su mejor amigo, al hijo de uno de sus consejeros, tortura y ejecuta a ciudadanos sin importarle si son nobles o plebeyos, se apropia de los bienes de los patricios y obliga a que todos ellos pongan en sus testamentos como único beneficiario al Estado, sólo para satisfacer la máxima de que “lo verdaderamente importante es el tesoro público”. Con enorme cinismo, el emperador se justifica afirmando que “gobernar y robar son una misma cosa”. Calígula no escatima ningún medio para conseguir sus fines y la humillación de sus súbditos es constante. Obliga a prostituirse a las mujeres de sus ministros, las toma como concubinas o simplemente las viola en su presencia, simplemente para demostrar que puede hacerlo.

Su actitud, lógicamente, exaspera y disgusta a todos sus súbditos y, de esta forma, los patricios que forman parte de su corte, liderados por Quereas, comienzan a urdir un plan para acabar con su vida. Pero Quereas no desea precipitarse y fracasar, por lo que les pide a los demás patricios paciencia para esperar el momento propicio. Cuatro años de tiranía serán necesarios para que se den las condiciones propicias que Quereas esperaba para poder ejecutar su plan. Entretanto, asistimos a un espectáculo grotesco en el que Calígula se nos muestra como una persona que, pese a su libertad sin límites, es completamente incapaz de ser feliz. El amor, la amistad o la compasión son despreciados por él porque no les encuentra ningún sentido. La incapacidad de sentir estas emociones reflejan la vacuidad de la vida para Calígula que intuye como, con ellas o sin ellas, el sufrimiento continuará: “Los hombres lloran porque las cosas no son como deberían ser”, asegura. Una de las escenas más emocionantes es su conversación con Quereas, cuando le propone hablar con el corazón en la mano. Consciente de que se cierne un complot para acabar con su vida, Calígula le pregunta sin tapujos a Quereas por qué le odian y por qué quieren acabar con su vida, a lo que éste le responde que se ha vuelto una persona molesta ya que sus decisiones hacen que todos se sientan asustados, inseguros e infelices, algo de lo que es plenamente consciente Calígula quien, en otro momento de la obra, afirma que “el miedo lo anula todo”. Dispuesto a llevar su sinceridad hasta sus últimas consecuencias, Quereas le reprocha que “Lo que me resulta insoportable es ver desvanecerse el sentido de esta vida, ver desaparecer nuestra razón de existir. No se puede vivir sin una razón”. Semejantes palabras provocan la burla de Calígula, que le pregunta si acaso está buscando un ser superior en el que cobijarse. Quereas replica: “Tengo ganas de vivir y de ser feliz. Ninguna de estas dos cosas es posible si se lleva el absurdo a sus últimas consecuencias”.

La última escena, cuando los patricios apuñalan a su emperador, resulta especialmente impactante cuando, agonizando, en sus últimos estertores, Calígula avanza a rastras por el escenario y alcanza a gritar lleno de rabia: “¡Todavía estoy vivo!”. Calígula morirá tan absurdamente como ha vivido, sin ver realizado su sueño de alcanzar la luna, esa metáfora de la felicidad imposible.

Calígula. Albert Camus. Alianza Editorial.

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Acerca de Jaime Molina

Licenciado en Informática por la Universidad de Granada. Autor de las novelas cortas El pianista acompañante (2009, premio Rei en Jaume) y El fantasma de John Wayne (2011, premio Castillo- Puche) y las novelas Lejos del cielo (2011, premio Blasco Ibáñez), Una casa respetable (2013, premio Juan Valera), La Fundación 2.1 (2014), Días para morir en el paraíso (2016) y Camino sin señalizar (2022).

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