El pensamiento trágico de Albert Camus (III)

NECESIDAD DE UNA PRAXIS REBELDE. DIVERSOS TIPOS DE REBELDÍA.

 La angustia vital que condujo a Unamuno a creer en Dios, empuja a Camus a creer en el hombre. Camus se opone a la visión pesimista y resignada de la existencia defendida por Schopenhauer, según la cual la esencia del mundo es dolor y esa esencia no puede ser modificada. De lo que se trata ahora es de arbitrar una salida al sin-sentido en el orden moral, toda vez que esa salida resulta inviable en el orden teórico. Esta será una de las características que le apartan de Sartre y que le llevan a declarar: “No siento demasiada afinidad con la muy célebre filosofía existencialista; y, para decirlo todo, considero falsas sus conclusiones.” La náusea y Las manos sucias son sendos actos de sumisión y complacencia ante lo absurdo de la vida. Por el contrario, la obra entera de Camus es un caminar combativo contra lo absurdo.

En 1945, al ser preguntado acerca de la posibilidad de que una filosofía que insiste en lo absurdo del mundo, acabe perdiéndose sin remedio en la desesperación, Camus respondía:

“Aceptar el absurdo de todo cuanto nos rodea es una etapa, una experiencia necesaria: pero no debe convertirse en un ‘impasse’. Ella suscita una rebelión que puede ser fecunda. Un análisis de la noción de rebelión podría ayudar a descubrir nociones capaces de devolver un sentido relativo a la existencia, aunque sea un sentido siempre amenazado.”

Y será el arte la vía de salida del sin-sentido. El poder de redención del arte, que aproxima entre sí experiencias estéticas y religiosas, ya había sido mostrado por Schopenhauer, Hebbel y Nietzsche. En Camus, el arte no es un oropel o adorno superfluo añadido a nuestras vidas, sino que logra el rango de necesidad vital. La estética se torna una forma de vida, hasta el extremo de volverse un ingrediente esencial de la misma sin la cual no es posible una existencia humana en plenitud. Se descubre así una matización y transformación de la posición inicial camusiana hasta alcanzar, diez años después, una imbricación de la estética en la ética. El Camus de El mito de Sísifo, insiste más en la función cognoscitiva del arte absurdo, orientado a hacerse cargo del sinsentido del mundo. La misión del artista se limita a: “trabajar y crear para nada, a esculpir en arcilla, a saber que su acción no tiene futuro”. El Camus de El hombre rebelde, por el contrario, afirma que: “La odiosa sociedad de los tiranos y los esclavos en que sobrevivimos, no encontrará su muerte y su transfiguración más que a nivel de la creación”. Resalta la función moral del arte; mas, a su lado, debemos aceptar la antigua función cognoscitiva, que hace del arte un instrumento esencial para la vida: la belleza combate el dolor, la plasmación estética de lo horrible y lo absurdo es lo que lo justifica y hace amable, permitiéndonos así soportar la existencia. Como mostró Nietzsche, sólo en la tragedia conviven en difícil armonía la sombra de la verdad dionisíaca y la luz de la apariencia apolínea, transmutándose la belleza en una vidriera a través de la cual se puede mirar el fondo oscuro de la existencia sin sucumbir al hastío.

Al igual que el arte, la rebeldía aparece en el ensayo sobre el absurdo como la única posición filosófica coherente en el seno del absurdo y el sin-sentido, definiéndola como “una confrontación perpetua del hombre con su propia oscuridad”, confrontación inútil y sin esperanza, pues “esta rebelión no es más que la seguridad de un destino aplastante, menos la resignación que debería acompañarla”. Sin embargo, en El hombre rebelde, la rebeldía se define como característica esencial del ser humano e incluso como el movimiento mismo de la vida. Se aprecia, por consiguiente, una evolución en el pensamiento de Camus hacia posiciones más realistas, aunque sin renunciar al planteamiento trágico inicial. Podría aventurarse que en tal proceso influyeron voces tanto cristianas como marxistas que acusaron con insistencia a Camus de pesimismo, etiqueta que a él siempre le molestó de forma especial y de la que trató de despojarse.

En efecto, nadie puede luchar sin un horizonte de sentido ni una escala de valores, nadie puede empecinarse y mantenerse en una vida sin consuelo alguno, nadie puede escapar al desaliento inmerso en la total obscuridad y soledad. La ausencia completa de esperanza no conduce más que al nihilismo. El esfuerzo deja de ser solitario cuando aparece una escala de valores presidida por el valor absoluto del ser humano en cuanto que ser libre y sujeto moral, digno por ello de un respeto absoluto, al estilo de la vieja reivindicación kantiana de consideración del hombre como fin en sí mismo y jamás como medio para nuestros objetivos.

hombre rebelde camusEn el ensayo sobre la rebeldía se dibujan dos tipos de rebelión, surgidas en los dos últimos siglos:

  • Rebelión metafísica: se propone erradicar el sufrimiento y la muerte, ya que ambos se utilizan como argumentos contra la existencia de Dios. Esta rebelión parte de una completa insatisfacción ante la creación entera: “Matemos a Dios para divinizar al hombre” es su consigna. Ha encontrado su expresión en la filosofía y el arte (siendo Sade uno de sus precursores), y su exponente es la desmesura, que acaba por justificar el asesinato en nombre de esas mismas aspiraciones.
  • Rebelión histórica: rebelión de los esclavos provocado por un deseo de justicia, enfrentándose a todo aquello que oprime al hombre. Engloba los acontecimientos revolucionarios acaecidos en Europa desde la Revolución Francesa.

El problema al que hemos llegado, acompañando el periplo de Camus, es éste: ambas formas de rebeldía poseen el mismo punto de partida: la defensa de la humillada dignidad del hombre; pero ambas acaban también en el mismo callejón sin salida: la justificación racional del crimen, lo que supone una traición a esa dignidad que originalmente se trataba de defender. Por tanto, no es ahora el suicidio sino el asesinato (institucional) y su justificación moral el escollo principal al que se enfrenta la reflexión del hombre rebelde que dice no a la injusticia y el sufrimiento de los inocentes. La acción rebelde precisa ser erigida a medio camino entre la “hybris” (el orgullo, el peor de los pecados, origen de toda maldad) y la desesperanza (no se postula un más allá después de la muerte), un planteamiento que resulta bastante pascaliano.

Aristóteles nos dejó dicho que el hombre filosofa por admiración (sorpresa, anonadamiento, extrañeza, curiosidad) ante lo que le rodea, lo que se tuvo por cierto hasta la llegada de la Edad Moderna. El “espíritu de geometría”, el espíritu matemático del método, fue encumbrado por Descartes a una altura tal que hasta nuestros días es la razón, el raciocinio, el intelecto y el conocimiento lo que motiva la reflexión filosófica moderna, así como gran parte de la contemporánea. Pero fue otro filósofo francés, matemático, físico, ingeniero, hombre de mundo, literato y pensador, Blaise Pascal, quien se sintió incómodo por ese ensalzamiento unilateral y monolítico de la facultad racional humana. Si Descartes es el hombre del método, Pascal fue el hombre del “pathos”, de la pasión. Él mismo no tiene nada en contra de la razón: Pascal es en exceso racional; sin embargo, la razón sola no basta, y por ello Pascal no es un racionalista. ¿No hay también un conocimiento intuitivo, un inmediato y simple sentir? Nada que objetar a la pureza formal de la lógica, pero ¿no existe también el instinto? Junto al espíritu geométrico, Pascal nos habla de un “esprit de finesse”, cuya traducción literal es espíritu de finura, de delicadeza, de un sentir como con la punta de los dedos, ese tacto o tino, sensibilidad e incluso rastreo, el atisbo, la perspicacia, el refinamiento, en suma, todo aquello que nos hace conocer más sutilmente, más diferenciadamente, más sentidamente.

Por todo lo anterior, Pascal rechaza considerar al hombre sólo como un ser pensante, al modo cartesiano. Es así como Pascal puede recordarse como uno de los primeros grandes descubridores del yo. Descubre la inseguridad del saber humano y de toda la vida humana en general. Es él quien comienza a desvelar nuestras angustiosas incertidumbres existenciales: si elevamos la vista desde el hombre al infinito, al microcosmos, la tierra y hasta el sol se reducen a un pequeño punto, todo el mundo visible aparece como un rasgo apenas perceptible en el seno del inabarcable universo: ante el universo el hombre es una nada; si dirigimos la mirada desde el hombre al microcosmos, a los organismos vivos más diminutos, vemos que todo se puede dividir una y otra vez, incluso el átomo (=sin partes), vemos la infinitud de lo pequeño, infinitud que concluye en una nada que nosotros nunca podemos alcanzar: ¡ante la nada el hombre es un universo! Aquí reside la desproporción, el desequilibrio, la grandeza y la miseria del hombre en el mundo:

“Una nada frente al infinito, un todo frente a la nada, un medio entre nada y todo. Infinitamente alejado de la comprensión de los extremos, el fin de las cosas y su principio le están invenciblemente ocultos en su secreto impenetrable, igualmente incapaz de ver la nada de donde ha sido sacado y el infinito en que se halla sumido. ¿Qué hará, pues, sino barruntar una apariencia del medio de las cosas, en una eterna desesperación por no conocer ni su principio ni su fin? Todas las cosas han salido de la nada y alcanzan hasta el infinito. ¿Quién podrá seguir estas sorprendentes andanzas? El autor de estas maravillas las comprende. Ningún otro puede hacerlo.”

Al bogar en la incertidumbre, se evidencia la inseguridad del hombre en el mundo: infinitudes en el espacio, infinitudes en el tiempo, en las horas, los días, los años, infinidad de números y de principios científicos…:

“Ardemos en deseos de encontrar una sede firme y una última base consistente para edificar sobre ella una torre que se alce hasta el infinito, pero todos nuestros cimientos se quiebran y la tierra se abre hasta los abismos. No busquemos, pues, punto de seguridad y de firmeza. Nuestra razón se ve siempre decepcionada por la inconstancia de las apariencias; nada puede fijar lo finito entre los dos infinitos que lo envuelven y lo rehúyen”.

Abandonando las dimensiones cósmicas, Pascal se adentra en las dimensiones diarias y cotidianas de la existencia del hombre, y vuelve a descubrir inseguridad, sólo que bajo otras formas. Actúa como un inmisericorde psicólogo desenmascarador, iniciando la escuela de la que fueron aventajados alumnos Kierkegaard, Dostoievsky, Kafka o Freud. Percibe el egoísmo, la aversión a la verdad, la injusticia, el orgullo y la vanidad de la gente de mundo: gente que en la mayoría de las ocasiones se guía en sus manifestaciones más por la ilusión que por la razón; gente cuyas amistades se romperían si cada cual supiera lo que su amigo dice de él; gente que se volvería con gusto cobarde si con ello ganara fama de héroe; gente a quién consuela cualquier minucia, porque también se afligen por cualquier minucia; gente que al no ser capaces de superar la muerte o la ignorancia han resuelto no pensar más en ello. Todas las actividades y ajetreos, prisas y ocupaciones humanas, sirven para distraernos de aquel silencio amenazante en el que el hombre está sólo frente a sí mismo.

“Nada es tan insoportable en el hombre como estar en reposo pleno, sin placeres, sin quehaceres, sin pasiones, sin divertimento, sin aplicación. Siente entonces su nada, su abandono, su insuficiencia, su dependencia, su impotencia, su vacío. Inmediatamente surgirán del fondo de su alma el aburrimiento, la melancolía, la tristeza, la pena, el despecho, la desesperación.”

¿Quién no conoce tales estados de ánimo? Muchos entonces dicen y piensan:

“No sé quién me ha traído al mundo, ni qué es el mundo, ni qué soy yo mismo. Me hallo en una terrible ignorancia de todo: no sé lo que es mi cuerpo, mis sentidos, mi alma, ni siquiera qué es esa parte de mi yo que piensa lo que digo, que reflexiona sobre todo y sobre sí misma, y se conoce a sí misma tan poco como al resto. Veo estos terribles espacios del universo que me envuelven, y estoy encadenado a un rincón de esta vasta extensión, sin saber por qué estoy colocado en este lugar más bien que en otro, ni por qué este breve lapso de tiempo, que me ha sido dado para vivir, me ha sido asignado en este preciso momento y no en cualquier otro de toda esa eternidad que me ha precedido y que me sigue. No veo por todas partes más que infinidades que me envuelven como un átomo, como una sombra que no dura sino un instante para no volver. Lo único que conozco es que pronto voy a morir, pero lo que más ignoro es ésta misma muerte que no soy capaz de evitar. Como no sé de dónde vengo, tampoco sé adónde voy; solamente sé que al salir de este mundo caigo para siempre jamás o en la nada o en las manos de un Dios irritado, sin saber cuál de estas dos condiciones me será dada eternamente por herencia. He aquí mi situación, llena de flaqueza y de incertidumbre.”

La muerte, con su continua amenaza, que muchas veces está aún lejos pero parece inminente, y otras se siente lejana y se encuentra al lado, refleja con toda crudeza el desconsuelo del humano existir:

“El último acto siempre es amargo, aunque haya sido bello lo restante de la comedia: al final se echa tierra sobre la cabeza, y con eso se acabó.”

Con semejante perspectiva, Pascal aborda el problema latente con mayor profundidad que Descartes. No se trata de la incertidumbre del saber humano, de esa fragilidad del conocer mostrada en el antagonismo de empiritistas y racionalistas, sino de la inseguridad de la vida humana con su bagaje de abandono, amenaza, incapacidad, contradicción, desproporción o desequilibrio humano. Kierkegaard, Heidegger y Sartre analizaron aún con mayor hondura ésta condición del hombre: inconstancia, aburrimiento, inquietud y, en especial, su sometimiento a la muerte. De este filón existencialista forma parte Camus, en un siglo XX destrozado por las dos grandes guerras, un periodo en el que en Francia la filosofía se trasviste como una rama de la literatura, o incluso, en opinión de otros autores más calificados, la literatura se desliza hacia parajes más filosóficos.

Pascal siempre destacó al lado de la miseria del hombre y su grandeza. La grandeza del hombre dentro de su condición miserable consiste en que sabe de su propia miseria:

“Aun cuando el universo lo aplastara, el hombre sería más noble que lo que lo mata, porque sabe que muere y conoce lo que el universo tiene de ventaja sobre él; el universo no sabe nada de esto.”

Por ello resulta muy pascaliano el enfrentamiento de Camus entre orgullo y desesperanza. Otro tema será la solución ofrecida. En el caso pascaliano, sus experiencias místicas le abrieron el camino:

“El conocimiento de Dios sin el de la miseria del hombre engendra el orgullo. El conocimiento de esta miseria sin el de Dios, engendra la desesperanza. El conocimiento de Cristo Jesús constituye el punto medio, porque en él encontramos tanto a Dios como a nuestra miseria.”

Negarse a ser dios CamusLa propuesta de sentido de Camus se encarna en la lucha heroica del Dr. Rieux, personaje central de La peste, símbolo de rebeldía con su defensa incondicional de la dignidad de cada hombre. Ante el mal, los enemigos de la peste oponen la solidaridad. La soledad del trabajo de Sísifo se ha transformado en Prometeo, modelo de héroe rebelde, que lucha en favor del género humano. El Dr. Rieux lucha heroica y trágicamente: está convencido de la derrota final, pues seguirán imperando el sufrimiento y la iniquidad, pero no por ello deja de amar la vida por más que deseche cualquier tentativa de justificación. “No, padre. Yo tengo otra idea del amor y estoy dispuesto hasta la muerte a negarme a amar esta creación donde los niños son torturados.”, replica Rieux al sacerdote Pameloux.

frase-albert-camusCamus plantea la religión de la solidaridad, basada en fraternidad humana impenitente a pesar de la muerte de Dios. Se siente el primer hombre, heredero de la época del “último hombre”, el hijo del nihilismo. Salvaremos al hombre del nihilismo mediante una praxis solidaria, una nueva moral laica. Nietzsche es aquí punto de referencia obligado, aunque Camus se aparte de él al apoyarse en una moral de la compasión, virtud denostada al máximo por Nietzsche. El filósofo alemán sostenía que “sólo los decadentes defienden que la compasión es una virtud.” Estos son rasgos ajenos al rebelde camusiano: la compasión aparece como virtud esencial en torno a la que pivota la construcción de la moral atea. La experiencia absurda destruye las certezas morales e intelectuales del sujeto. Pero el absurdo es sólo un punto de partida y la orientación para la nueva búsqueda. No se perseguirán desde ahora axiomas metafísicos ni principios en sí evidentes sobre los que reconstruir la ciencia, se desea hallar postulados morales sobre los que reconstruir la vida. En su propio grito desesperado, el hombre percibe la existencia evidente de su rebeldía, que se alza contra el sinsentido.

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Acerca de Jaime Molina

Licenciado en Informática por la Universidad de Granada. Autor de las novelas cortas El pianista acompañante (2009, premio Rei en Jaume) y El fantasma de John Wayne (2011, premio Castillo- Puche) y las novelas Lejos del cielo (2011, premio Blasco Ibáñez), Una casa respetable (2013, premio Juan Valera), La Fundación 2.1 (2014), Días para morir en el paraíso (2016) y Camino sin señalizar (2022).

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