El pensamiento trágico de Albert Camus (II)

EL HOMBRE ABSURDO ANTE EL CAOS Y EL DOLOR. PERPLEJIDAD ANTE EL SINSENTIDO.

mito-de-sisifoCamus dedica su ensayo El mito de Sísifo a describir ese estado que Schopenhauer llamara de “melancolía sublime” y que aparece ante un mundo “repentinamente privado de sentido”. El objeto de ese ensayo es la sensibilidad absurda, a la que Camus alude como “un mal del espíritu” presente en nuestra época, añadiendo que hay “un vínculo directo entre éste sentimiento y la aspiración a la nada”. Se hace así expresa la relación que existe entre este mal y el nihilismo, desencadenantes ambos del hastío por la existencia, porque el absurdo es “un estado del alma en que el vacío se hace elocuente”

Camus y el absurdo

Camus define el absurdo con varias expresiones:

“El absurdo es el pecado sin Dios.”

“El absurdo nace de esta confrontación entre la llamada humana y el silencio irrazonable del mundo.”

La sensación del absurdo en sí es inasible: se manifiesta en el sujeto como una serie de sentimientos irracionales que lo alteran y que sí pueden ser descritos. Hay una génesis del absurdo a nivel racional (según la segunda definición anterior): el mundo caótico, ajeno a nuestras categorías racionales, y el deseo de claridad racional que el ser humano siente en su corazón como necesidad irrenunciable son los dos polos de una tensión trágica que engendra el sentimiento de lo absurdo en el individuo.

Pero, a la vista de la primera definición, debe hablarse también de una génesis del absurdo a nivel emotivo y moral. Aquí la experiencia clave es la del dolor, tanto físico como moral. La confrontación, ahora, tiene lugar entre la utopía (expresión de nuestros anhelos con ayuda de la imaginación) y la tozuda realidad que nos muestra la evidencia de nuestras miserias, limitaciones y maldades. De esta manera puede decirse que lo absurdo de la relación hombre-mundo no radica sólo en la caótica realidad de éste, sino también en los sufrimientos de un individuo arrojado a un mundo sin Dios en el que la víctima fracasa en su apelación a una justicia divina.

el extranjero camusEscrutando esta sensibilidad absurda, percibimos un elenco de sentimientos patológicos asociados:

  • En relación al mundo: percepción de la “espesura” del mundo: ésta alude a un divorcio entre el actor y el decorado, pues el mundo ya no será algo luminoso, transparente y jerarquizado, sino que se torna oscuro, impenetrable, hostil, ajeno y extraño. Por ello sentencia Camus: “El absurdo es esencialmente un divorcio.”
  • En relación al hombre: descubrimiento en nuestros semejantes de los rasgos de futilidad, estupidez e inhumanidad que, junto con el reconocimiento de lo que nos vincula a ellos, de nuestra común afinidad, despierta en nosotros la náusea.
  • En relación a nosotros mismos: El absurdo se desdobla en el más desgarrador sentimiento de extrañeza, el que uno siente hacia su propio ser, descubriendo “el extraño que, en ciertos segundos, viene a nuestro encuentro en un espejo.” La soledad deja de ser un feliz refugio para volverse un lugar inhabitable del que, además, no se sabe hallar la salida. No hay recursos ante esta autoextrañeza. El individuo se transforma en un sujeto sin identidad que, al volverse sobre sí mismo, lo hace como espectador desinteresado, al igual que Meursault, el protagonista de El extranjero, el cual se siente sorprendido, casi confortado, con la lógica del acusador que va hilvanando unas conductas, las del reo, o sea, las suyas, que para él mismo carecen de todo sentido. Puede afirmarse que va perdiendo su propia identidad como sujeto para quedar expuesto a un viaje trágico, sin punto de partida, sin dirección, sin punto de llegada.
  • En relación a la muerte: La reflexión en torno a la muerte constituye una de las claves del pensamiento camusiano. La muerte posee una doble faz. Por un lado, aparece como suceso horrible e incomprensible al que el hombre se opone con todas sus fuerzas. Esta es la causa de las falsas imágenes consolatorias de la muerte que el ser humano ha fabricado desde siempre. En una nota de su diario, en 1938, escribe Camus: “No hay más que un caso de desesperación pura. El de un condenado a muerte…” No se trata sólo de Meursault: todos estamos igual de condenados. Por otro, vida y muerte forman un binomio inseparable, son dos caras de una misma realidad, máscaras de la misma vida que, bajo la apariencia de individuos que se van sucediendo unos a otros, se perpetúa sin fin. Por tanto, no hay aceptación de la vida sin aceptación de la muerte, y nadie puede exprimir todos los jugos de su existencia sin haberse hecho cargo seriamente del hecho de su propia muerte.
  • En relación al tiempo: Al tomar en serio su propia muerte, enfrentándose a ella cara a cara, el hombre transforma su tiempo en un “eterno presente”, fuera de las dimensiones de pasado y futuro. Camus recoge en su diario: “Sólo aquel que ha conocido el ‘presente’ sabe realmente lo que es el infierno”. Camus se sitúa en la órbita del pensamiento de Schopenhauer (repetición eterna) y Nietzsche (eterno retorno de lo idéntico), a la vez que traspone esa concepción metafísica del tiempo al interior del sujeto, pues es ahí donde el devenir se detiene en un instante eterno. Lo absurdo se patentiza como inercia, monotonía y repetición que torna inviable la utopía y, por ende, la esperanza. El nihilismo es superable, así como el pesimismo, cuando sea factible demostrar la capacidad y posibilidad humanas de romper la cadena de la repetición, “la insoportable trama de los días”, ya que la eterna circularidad de las cosas es una serpiente que acaba por asfixiar a los hombres.

Una vez analizadas estas cinco ramificaciones del sentimiento absurdo, puede sostenerse que la primera reacción del ser humano ante el sinsentido del mundo es de perplejidad. Este adjetivo puede reservarse para la relación hombre-mundo, en la que el sujeto siente su extravío. Queda enfrentado a una realidad intrincada, equívoca, oscura, ambigua y enigmática. Es una perplejidad paralizante, que le lleva a “quedarse mirando” inmerso en sus sentimientos de sorpresa y turbación. Ese divorcio engendra el silencio o, a lo más, un discurso carente de sentido. El vocablo latino “perplexus”, de tan ricos contenidos semánticos, no es introducido por Camus en una tradición filosófica ya habituada desde antiguo a convivir con él. Así por ejemplo, Kant ya hizo uso de esta expresión cuando nos hablaba de la perplejidad refiriéndose al estado en que queda sumida la razón humana ante el conflicto (nuevamente trágico) surgido en su seno entre la necesidad natural que siente de dirigirse a cuestiones metafísicas y la imposibilidad de dar respuesta a las mismas.

Camus dibuja al hombre absurdo a través de diversas imágenes literarias con personajes como Meursault, protagonista de El extranjero, Calígula, personaje central del drama de igual nombre, o Marta, joven de corazón endurecido que, buscando su felicidad a cualquier precio, acaba asesinando a su hermano en El malentendido. El absurdo sirve de base para presentar variopintos especímenes humanos:

  • Quienes quedan presos de la perplejidad: algunos son incapaces de afrontarla conscientemente, quedando abocados a llevar una vida gris (Meursault); otros actúan reflexivamente pero, por carecer de valores, acaban en la desesperación o en la autoaniquilación (Calígula).
  • Quienes toman conciencia del sinsentido: luchan contra él buscando un norte para su vida, pero desembocan en falsas soluciones por invocar a la religión o a la metafísica (Padre Paneloux en La peste).
  • Quienes se instalan en el túnel del absurdo radical: su mayor ingrediente es la increencia, llegando a vislumbrar una salida a través de una moral laica que conduce a la rebeldía, o sea, a la lucha contra los factores desencadenantes del absurdo –básicamente, la injusticia y el sufrimiento- siendo su motor propulsor una esperanza trágica, con la que buscan su propia redención y la de sus semejantes, conscientes, eso sí, de que la última palabra la profiere la muerte (Diego, en El estado de sitio, el Dr. Rieux en La peste).

El primer tipo de hombre es el hombre masa orteguiano, exponente de esa existencia inauténtica de la que tanto y tan bien nos han descrito los existencialistas: su vida, carente de proyecto, discurre recluida en el propio yo como un monótono girar, interte y estático. Son aquellos que se dejan arrastrar por la corriente. Los dos ejemplares últimos representan al hombre noble, esforzado, heroico: su existencia sigue el curso de una espiral ascendente, en continuo crecimiento, empujada por la necesidad de autoimponerse exigencias morales que sirvan a una causa vinculada con las demás vidas humanas. Y es en especial en el tercer estereotipo donde el hombre perplejo se transfigura en hombre trágico; mientras que lo absurdo se resuelve en parálisis; un absurdo que entendido como sentimiento pertenece al ámbito individual, la tragedia se realiza en el ámbito universal o colectivo. Para que haya tragedia, no basta con el conflicto: ha de darse un héroe rebelde dispuesto a superarlo. En Camus, el absurdo es sólo un punto de partida: “No, no todo se resume en la negación o el absurdo. Lo sabemos. Pero es preciso plantear en primer lugar la negación y el absurdo porque son lo que nuestra generación ha encontrado y con lo que nos tenemos que arreglar.”

Una vez que queda esclarecida la cuestión del absurdo, Camus se centra en la problemática de cómo ofrecer al hombre vías de sentido para reconstruir su existencia sin renunciar a los logros de lo que se podría calificar como conquistas de la lógica del absurdo. En el supuesto de que ninguna de tales vías fuera transitable, Camus se plantea si realmente no queda otra actitud coherente aparte de las del silencio o la de la autoaniquilación. Este es el problema moral del suicidio, único problema filosóficamente relevante en la óptica camusiana; ¿merece la pena vivir o es preferible hacer el “gesto definitivo”, quitarse la vida?

En octubre de 1941, Camus registra en su diario unas reflexiones de Tolstoi sobre el absurdo de la existencia, en las que éste no encuentra otra alternativa que el suicidio. Más adelante, Camus rectifica y escribe las siguientes palabras, subrayadas con énfasis por constituir la clave de una existencia auténtica a la que el premio Nobel dedicará sus esfuerzos a partir de ese momento, “la existencia de la muerte nos obliga, bien a renunciar voluntariamente a la vida, bien a transformar nuestra vida de manera tal que le otorguemos un sentido que la muerte no pueda arrebatarle.”

Camus analizará las alternativas que pretenden sacar al hombre del callejón del absurdo, bien como planteamientos religiosos o metafísicos. La tesis de Camus será mostrar que ambas salidas, satisfaciendo la necesidad de evitar o paliar la muerte física, abocan a un suicidio psicológico. Tales saltos encarnan un engaño, al suponer un recurso a esencias inalterables que confortan nuestro deseo intelectual de unidad –solución metafísica-, o a realidades sobrenaturales que sosiegan nuestro apetito de absoluto. Es justamente la constatación lúcida de la inexistencia de tales realidades y esencias la que ha lanzado al hombre al abismo del sinsentido. Aquel que está poseído por la voluntad del absurdo, afirma Camus, no sucumbe a la trampa del suicidio, sea religioso (recurso a Dios), filosófico (recurso a esencias inalterables) o físico (quitarse la vida).

En este punto, una de las fuentes de inspiración de Camus parece ser fue Hebbel, filósofo y dramaturgo alemán (1813-1863), cuando en su drama Judith, la protagonista expresa el siguiente concepto de religión:

“Tú me has visto con frecuencia, cuando parecía tranquilamente sentada al telar, o en otro cualquier quehacer, prosternarme de pronto en oración. Me creen piadosa por ello, y temeroso de Dios. Yo te lo digo Mirza. Si hago esto, es porque ya no sé huir de mis pensamientos. Rezo entonces para sumergirme en Dios, como una especie de suicidio; me precipito en el Eterno como los desesperados en el agua profunda…”.

A lo largo de esta obra, Judith se mostrará como una heroína que busca en la rebeldía –asesinando a Holofernes- la solución al sin-sentido de su existencia.

Percibido con lucidez, el absurdo puede actuar de detonante que posibilite la salida de la oscuridad por medio de una rebeldía que me vincule de nuevo al mundo y a los hombres. Se trata, por tanto, de abandonar un estéril sentimiento del absurdo, manteniendo en cambio la voluntad del absurdo, que se halla presente en quien, al igual que Sísifo, mantiene su lucha y su amor a la vida al tiempo que renuncia a toda esperanza trascendente. El paso por la “melancolía” puede resultar necesario para abandonar el estado de resignada aceptación de la carga que, según Nietzsche, es lo que define al camello.

Kant hablaba de un ansia de absoluto, de absolutización, de incondicionado como nota definitoria de nuestra razón. Pascal consideraba ese ansia como la esencia característica de nuestro corazón. Para Camus, la rebeldía trágica, aparece como la única actitud filosófica coherente que permite que vivamos sin traicionar la lógica del absurdo. Tal priorización de la voluntad de absurdo se manifiesta en aquel que, con lucidez, reconoce las fronteras infranqueables de nuestra existencia, y que, sin dejarse arrastrar por la desidia o la renuncia, conserva ante sus oídos lo que Unamuno llamaba “el doloroso sentimiento de mis límites”.

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Acerca de Jaime Molina

Licenciado en Informática por la Universidad de Granada. Autor de las novelas cortas El pianista acompañante (2009, premio Rei en Jaume) y El fantasma de John Wayne (2011, premio Castillo- Puche) y las novelas Lejos del cielo (2011, premio Blasco Ibáñez), Una casa respetable (2013, premio Juan Valera), La Fundación 2.1 (2014), Días para morir en el paraíso (2016) y Camino sin señalizar (2022).

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